Salvo el PP, que se muestra últimamente con gesto contrito, todos los protagonistas políticos con posibilidades de influir en la constitución de los próximos gobiernos municipales o autonómicos, parecen estar felices. En el patio del colegio, a los populares no les escogen para jugar el partido de los más molones, ni los invitan a las fiestas, ni les dan una triste chuche. Como a Calimero, nadie les quiere.
Eufóricos, Pedro, Pablo y Albert hacen piña y planes, de buen rollo por delante, mientras se ponen a parir por detrás. Se dejan querer y deshojan la margarita, te apoyo, no te apoyo, pactamos, no pactamos. A Mariano no quieren ni verlo, le hacen el vacío e intensifican las medidas de acoso y derribo para los próximos meses de ruda campaña electoral. Las vueltas que da la vida, ahora ellos son los más "populares", quién lo iba a decir.
Los líderes de PSOE y Podemos han quedado para comer, y hasta han compartido una ensaladita, por lo que el entendimiento entre ambos figurines no estará muy lejos si ya están picando del mismo plato. Rivera, de momento, parece que no pasa del menos íntimo botellín de agua y café, en consonancia con su apoyo más condicional y reivindicativo. Pero si no hay compromiso, en pocos meses los españoles estaremos en disposición de decidir quién ha de sentarse a la mesa para comer a dos carrillos.
Los votos que atesoran los socialistas y los partidos emergentes -juntos- les han puesto en situación de cocinar una nueva alternancia política que ahora ellos se guisan pero que queremos comernos entre todos. Merecido tienen un banquete al que han sido invitados por la legitimación de la confianza de los ciudadanos, que, después de unos días -al parecer inevitables- de flashes y focos, flirteo cariñoso y de darse jabón recíproco, esperamos nos toque algo más que el pobre bocadillo de mortadela con aceitunas de siempre. Por lo que se refiere a la cuenta, o la paga el Partido Popular o que la paguen "a escote". A nosotros ya nos toca demasiadas veces.
