Opinión

Más listo que Google

En el momento en que inicien esta lectura, con toda seguridad tendremos nuevo presidente del Gobierno. Bueno, nuevo no, de ocasión, porque ya viene rodado y con algún que otro golpe, y es lo único que hemos podido conseguir con los medios a nuestro alcance. Un presidente de corte clásico, chapado a la antigua, con sentido común y como Dios manda, que escribe a mano las notas de sus intervenciones, que no incorpora nuevas tecnologías, casi virgen en redes sociales, gallego pero que solo habla castellano y que, seguramente, maltrata el inglés. Mariano Rajoy no deja a nadie indiferente; para unos será bueno o lo menos malo, para otros lo peor para el país y pocos dirán que es un político atractivo de presencia cautivadora. En él se aglutinan, pues, el bueno, el feo y el malo.
Esta triple confluencia involuntaria en su persona luchará ahora por conciliar todos los caros apoyos que necesitará para sacar adelante cualquier medida o decisión de gobierno. Va a ser muy difícil, porque cualquier propuesta que haga deberá convencer a Albert Rivera "The Kid", y contará con la oposición firme del ilustrado de la Cámara Baja. Un Pablo Iglesias que es más listo que Google y el hambre juntos, que intentará tumbar cualquier acuerdo derechista y anti social con el refrendo de sus millones de votos y varias brillantes referencias literarias o de cualquier orden, de un nivel cultural a la altura de muy pocos. Con la ventaja de que, quien no le entienda exactamente -por abusar de bibliografía- le aplaudirá por remover las conciencias de los poderosos y la oligarquía política, o usará contra él calificativos típicos de calle o de menor altura -como capullo o gilipollas- como hizo el líder de Ciudadanos, pillado por sorpresa y sin tiempo para debatir para construir ni para buscar en internet alguna cita más adecuada, como "quien me insulta siempre no me ofende jamás" o "la soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió". 
Desde luego, la duodécima legislatura que ahora arranca va a ser de todo menos aburrida. Los protagonistas tendrán que reinventarse y estar mejor preparados para la confrontación dialéctica y no parecer siempre el tonto que asó la manteca o que solo lee prensa deportiva o el argumentario del partido. Cada intento de acuerdo derivará en un torbellino de declaraciones, un "totum revolutum" de opiniones contradictorias, una brainstorming o tormenta de ideas que se escenificará tanto a pie de calle como en un hemiciclo convertido en puro teatro. Habrá que batirse en duelo para hacerse un hueco en el telediario, entre la auto publicidad, el fútbol y las novedades de Operación Triunfo. 
Quien más quien menos tendrá que esforzarse para no ser ridiculizado por la retórica del líder de Podemos, que se arremanga la camisa y la sencillez hasta los hombros para agarrar por el cuello los focos de la escena. Ocupar el centro del debate político exigirá a nuestros parlamentarios una gran formación y recursos interpretativos. Y para los menos avispados, la habilidad de manejarse en internet, recurriendo a las búsquedas en Google, que crecerán desaforadamente en España, y tras las que encontraremos, al final de la IP, a los líderes de los partidos o sus asesores, pulsando "voy a tener suerte". A ver si alguna nos toca también a los ciudadanos.
 

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