Opinión

Una historia de violencia

Hoy es un día de la violencia como otro cualquiera, porque la habrá por los cuatro costados de este mundo. Aunque muchos no la suframos en persona, está por todas partes, en la raíz de la civilización y latente en la naturaleza humana. Si somos afortunados la veremos de refilón en el telediario, o nos indignaremos de lejos mientras hojeamos la prensa tomando una caña, reflexionando sobre el hecho de que cada vez está más cerca y que nunca ponen suficientes patatas fritas.
Tan próxima y peligrosa, porque la violencia no engendra hijos pacíficos, todos saben que se alimenta a sí misma, y crece multiplicada. Sin más origen que la sinrazón, nos pone en bandeja el sufrimiento de los conflictos armados a gran escala, las guerras fratricidas -¿no lo son todas?-, el terrorismo, el desplazamiento forzado de cientos de miles de personas que huyen de sus consecuencias, la violencia machista, o la transgresión abrupta y generalizada de los derechos humanos.
En su infinitud de manifestaciones, toda forma de violencia es repudiable, pero hoy preocupa y ocupa fundamentalmente a nivel global la lucha contra el terror de la yihad. Liderada por quien ha sido brutalmente golpeada en su propio hogar, Francia promueve los pactos y las coaliciones mundiales contra la barbarie del terrorismo, en este caso islámico. Con sus visitas a los líderes mundiales más representativos, mientras caen las bombas y no sin dificultades, Hollande se afana en lograr lo que en Star Trek llamaban la Federación Unida de Planetas, para "combatir" -cruel término para "luchar" por la paz- la lacra que nace del odio irracional. Es la búsqueda de la justificación de la guerra desde la política. Lejos y dolorosa será la solución en este recorrido, si es que llega algún día.
Como respuesta más inmediata -casi refleja- al duelo, el camino emprendido ahora es el del castigo, la venganza, la justicia divina -siempre la más cruel- el sometimiento. Pero es un itinerario largo, porque lo que se obtiene con violencia solo se mantiene con violencia. Por eso, después de las armas, o mientras retumban o simplemente se empuñan, todos los pactos deben convencer para vencer. 
Pero atacar la base de la violencia va mucho más allá de las alianzas internacionales. Ningún puño que golpea, ni un maltrato ni un abuso deben ser callados ni consentidos, para evitar cualquier reflejo en la sociedad. En este sentido es prioritaria la lucha contra la violencia de género, que afecta a mujeres y niños y de la que los más “machos” son la causa.  Machos en su acepción de “animales” del sexo masculino o en la de macho cabrío, cabrón. 
Como no podría ser de otro modo, todas las fuerzas políticas están por la unidad y el consenso contra la violencia machista. Pero faltan los medios necesarios que garanticen la seguridad de las víctimas. La Justicia será ciega, pero no puede ser manca. Necesita cuantas más manos mejor, jueces y juezas, miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, medidas preventivas y de protección. Recursos que no deben escatimarse porque son clave para erradicar no solo esta, sino toda clase de violencia. Y la educación. Es la educación, estúpidos. Otra gran maltratada. 
 

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