Opinión

Hacia la desintegración

Integrar es difícil porque es formar parte de un todo, y el todo nunca suele cosechar opiniones unánimes. Pero como concepto, la integración se ve con buenos ojos, y cuando queremos criticar a alguien pero sin que se note la mala baba -como sin darle importancia-, decimos que no se integra; pobre.
Ya se habrán dado cuenta de que los partidos políticos españoles no se integran. A lo máximo que han llegado algunos es a rozarse, y encajar a martillazos acuerdos teóricos que no pueden o no quieren ser compartidos por otros y que, por tanto, no suman los apoyos suficientes. Las alusiones al espíritu de la transición, a la comprensión, la flexibilidad y la altura de miras –de los demás siempre-, que son características o requisitos de la integración se quedan en el terreno de las buenas intenciones frustradas. El cálculo electoralista interesado, el riesgo de perder apoyos por un mal paso o una decisión no comprendida por las bases del partido y del electorado, agiganta el mayor miedo que puede sentir el ser humano, el miedo a lo desconocido, detrás del que se oculta el terror a la desintegración, a desaparecer.
Por eso nadie correrá más riesgos de los necesarios. El Psoe, con su corona de laurel sobre Pedro Sánchez, repetirá hasta la saciedad que tiene la mano tendida, tras haber iniciado el camino del cambio progresista y reformista –progremista o reforprogre-; Ciudadanos instalado en la posición de partida, sin concesiones, apostando por mantener una imagen de rigor y criterio que le mantenga en su puesto o incluso le permita crecer en representatividad; y Podemos, icono del Pueblo, zarandeado ahora con fuerza por las inclemencias e injusticias de la democracia, vuelve a sus orígenes y consulta a las bases, en cuyas manos no habrá equivocación posible. 
Mientras tanto, el Partido Popular continuará agazapado y dispuesto a abalanzarse sobre su presa a la menor oportunidad, o simplemente esperará -como los animales carroñeros o necrófagos- a comerse los restos de sus mal avenidos enemigos. Este es el resultado que espera si no hay acuerdo entre sus adversarios políticos –desintegración automática de las Cortes Generales- o si la integración débil y sin convicción deviniera en un gobierno que solo iniciaría el camino a Perdición. 
El complejo arte de integrar y sumar no parece funcionar en política y solo ofrece garantías en el seno de la Iglesia Católica, liderado por el Papa Francisco, que reclama a su congregación mayor flexibilidad y abre las puertas de su casa y del corazón de los católicos a los divorciados, las familias monoparentales, los homosexuales y las parejas heterosexuales que conviven pero no están casadas. Con carácter general, una religión que te permite ser un verdadero capullo toda la vida y perdonarte en el último suspiro si te arrepientes, es muy práctica. Pero si además, se abre sin prejuicios a nuevos miembros, es el paradigma de la integración. No me atrae la afiliación a ningún partido político, pero si en algún momento dudara de mi agnosticismo, podría hacerme católico por comodidad. 
 

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