Opinión

Desamor correspondido

Escuchar el terrible “te quiero pero solo como amigos” es la peor pesadilla de quien ha mimado una amistad con el deseo oculto de llegar a un amor correspondido. Esta inocente frase, pronunciada generalmente desde el respeto y el cariño de quien no quiere herir, es el golpe más duro que devuelve a la realidad al cándido enamorado o enamorada. 
La historia, la literatura, el cine, la vida en definitiva, está llena de frustraciones semejantes, que se afrontan con una sonrisa fingida que esconde la decepción por la pérdida del tiempo invertido en el camino hacia el ansiado desenlace íntimo –casi siempre sexual-, que nunca llegará. Tal vez sea una de las “caras de tonto” por excelencia, y una experiencia bastante común en la vida de cualquiera, aunque no siempre acostumbre a reconocerse.
La foto de la reunión entre el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y el candidato de Izquierda Unida a la Moncloa, Alberto Garzón, ilustra en este sentido una historia de amor político truncado. El líder de IU se ha declarado ya varias veces al de Podemos. Ambos son buenos amigos, pero Pablo no se quiere enrollar con Izquierda Unida. Pero Garzón es el amigo obstinado, que no se da por vencido en su empeño amoroso, ni acepta de plano un no por respuesta. Aupado en la amistad que le reconoce, no es la primera vez que se ofrece a Iglesias ni parece que vaya a ser la última.
Desde la confianza de la buena sintonía, el incansable Alberto insistirá de nuevo para llevarse a la cama a su amigo. Y si no pueden ser más que eso, al menos, que lo sean con derecho a roce.  IU quiere casarse aunque sea sin amor, convencida de que éste llegará de la mano de la intimidad compartida y la lucha contra la casta común. Cuando se ama de verdad no hay humillación en la entrega constante sin recompensa, ni siente degradación ni vergüenza quien, como Alberto Garzón, no se reconoce aun absolutamente rechazado. 
El ridículo por excelencia y sin más justificación que el amor al cargo se encuentra en otras relaciones envenenadas, como la del entrenador de la selección nacional de fútbol femenino y el equipo entero que no entrena. Rechazado por todas, se enroca en la más absurda reivindicación personal, hundiendo las garras en un puesto desde el que parece estar dispuesto a jugar personalmente los partidos.  Un equipo femenino de uno, solo y masculino. Es el patetismo del amor forzado, del quiéreme aunque te duela, de Luz Casal. Es puro desamor correspondido. 

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