Opinión

Cuando el profe te manda recuerdos

Mis padres renunciaron a ayudarme con los deberes cuando las divisiones dejaron de ser por dos cifras, los trenes se cruzaban en un enigmático punto y hora concreta en cualquier lugar de la Península Ibérica y -tras el esfuerzo de la clasificación entre palabras agudas, graves y esdrújulas- llegó la frustrante tilde diacrítica. Lo de las ecuaciones ya es un lenguaje propio de seres evolucionados de otro mundo, que mezclan con vicio cifras y letras.
A pesar de todo su esfuerzo, su formación educativa -por debajo de su enorme voluntad y capacidad de trabajo- llegaba hasta donde llegaba. Desvalido desde aquel momento, aún hoy no sé cómo conseguí terminar la educación básica obligatoria y la voluntaria forzosa posterior, sin el apoyo de la Comisión Familiar que se constituía al efecto para solucionar las tareas extraescolares que llevaba para casa en mi mochila sin ruedas. Y sin internet.
No recuerdo exactamente cómo me las apañé entonces, pero en la actualidad mi hijo trae a casa todos los días deberes que enseguida clasificamos entre suyos y nuestros. Los suyos los hace personalmente y los de la familia, los nuestros, los resolvemos con todas las herramientas a nuestro alcance. Hasta ahora, gracias a la tecnología y a la formación parental media, nunca hemos dejado de cumplir con las obligaciones y curiosidad de sus profesores. Hay ejercicios con los que los docentes, conscientes de que los alumnos por sí solos no podrán acometer la tarea, ponen a prueba los recursos de madres y padres, quién sabe si con cierta crueldad intencionada.
Con seguridad quienes imparten clase y reparten faenas para casa dirán que no son para solventar en equipo de trabajo, sino para ser acometidas por el alumno o alumna, como parte del proceso educativo natural. Pero, lejos de marcar un límite proporcional cualquiera, al pasar sesenta minutos de ardua y multidisciplinar tarea, se me enternece el corazón, además de echársenos encima la clase de taekwondo. Y claro, le ayudo como un frenético irresponsable.
Por eso, aunque no soy un acérrimo detractor de los deberes, que dentro de lo razonable pueden tener un efecto positivo, entiendo a quienes se oponen a los mismos y plantean durante este mes de noviembre una huelga de fin de semana, como acto de rebeldía contra una práctica, en muchos casos, abusiva y desproporcionada, lejos del equilibrio de la fuerza que les queda a los chavales y que buscaban con ansia en Star Wars. 
Pero lo peor de los deberes es cuando el profe te manda irónicos recuerdos. Cuando sabe de sobra que el chaval no va a poder solucionar por sí mismo la tarea, o la maquina a conciencia para que disfrute toda la familia el fin de semana, con un trabajito extraordinario de documentación o -peor aún- de coordinación con otros alumnos y, por consiguiente, otras familias. Aquí se acaba el finde sin haber empezado siquiera. Llegados a este punto yo me rindo y, como “Yoda” le digo a mi hijo: “No, no lo intentes. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.” 
 

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