Opinión

Ay mísero de mí

Si Dios existe, probablemente no juegue a los dados con el universo, pero ¿por qué no a los bolos? He nacido en Occidente, por azar o siguiendo un concreto plan cosmológico o divino, que recorro sin demasiada resistencia y me permite disfrutar de unos acomodados derechos y libertades, uno o dos cafelitos al día y un par de zapatillas nuevas que no necesito y adquiero por caprichos de la moda, con ciertos remordimientos, pero sin escrúpulos al fin y al cabo.
Sin embargo bien podría ser cualquiera de los que vinieron a este injusto mundo en un país pobre, o un pobre país rico que reprime, persigue, asesina o mata de hambre y de miseria. No me quedaría a tratar de comprender que ninguna culpa tiene el territorio, sino quienes rigen el destino de los demás en su propio beneficio, dentro y fuera de sus fronteras. Correría, por mí y por los míos, en busca del derecho a una vida que no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir y que –aunque no transcurre sin dificultades para nadie- golpea a muchos con una crueldad insoportable, pero que se aprecia atenuada en la distancia, en los cálidos salones de los gobiernos e instituciones internacionales.
Yo habría nacido entonces para correr. Para huir de una realidad que me somete y se me impone por fatalidad. Correría, por evitar un destino más inhumano, incluso hacia la muerte. Sería, sin saberlo siquiera, un infeliz Segismundo, que lucha contra sus cadenas, soñando con la libertad. 
Y por todos los refugiados y los que huyen de la sinrazón, del hambre y la miseria, gritaría con rabia, para que se sintiera en el más recóndito corazón, en el alma más oscura: “Apurar, cielos, pretendo; ya que me tratáis así qué delito cometí contra vosotros naciendo…” “¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿Qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás”. Ay mísero de mí, ay infelice (La vida es sueño – Pedro Calderón de la Barca, allá por el 1.635). 
 

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