Opinión

Muerte clandestina

El escalofriante relato de un enfermo de ELA, que recurrió a Internet para comprar los medicamentos con los que terminó suicidándose solo, en su casa, esta semana, cuestiona la propuesta de todos los grupos parlamentarios sobre la muerte digna.
José Antonio Arrabal no quiso esperar a que la enfermedad le convirtiera, de forma inexorable, en un vegetal. Esperó a que su familia marchara a sus quehaceres, para evitarles una acusación de complicidad, y se quitó la vida "de forma clandestina" como él mismo lo describió.
Podemos presentó en el Congreso, en el pasado mes de marzo, una proposición para regularizar la eutanasia. Fue rechazada y, a cambio, casi todos los partidos del arco parlamentario apoyaron la iniciativa de Ciudadanos que defiende la regulación de la muerte digna.
Pero antes convendría preguntarse cómo se mantiene la dignidad frente a un dolor insoportable. Qué tipo de heroicidad exigimos a los cerca de 54.000 españoles que mueren sin recibir la atención especializada, sin calmantes. Hay que saber que solo existen doscientas ochenta y cuatro unidades de cuidados paliativos de las que noventa y cuatro no cumplen los requisitos. Para mas "inri", las de los hospitales privados dependen de congregaciones religiosas con reticencias morales en aplicar la sedación. Eso por no hablar de la falta de unidades pediátricas para evitar el sufrimiento en los niños, que también mueren con dolor.
Las diferencias en la calidad asistencial de la sanidad pública entre unas Comunidades y otras provocan que, dependiendo del lugar aleatorio donde te toca morir, lo hagas gritando de dolor o en paz. Ni siquiera en la muerte hay atención equitativa.
Dado que, según los expertos, ya en 2016 no había ninguna previsión de aumentar el número de unidades de cuidados paliativos, la Proposición de Ley de Ciudadanos no deja de ser un brindis al sol, porque el modelo que propone está ya se contempla en La Ley de Autonomía del Paciente que recoge el valor del "testamento vital" y el derecho a rechazar un tratamiento.
Aún así, curiosamente, la muerte les debe poner tan nerviosos a sus señorías que la mitad del debate se dedicó a rechazar las acusaciones de plagio que se lanzaron unos a otros desde la tribuna. Nadie alzó la voz para defender la mayoría de edad de los ciudadanos de este país y la madurez de la sociedad para afrontar el derecho a la eutanasia.
Porque no son conceptos antagónicos. En países como Holanda o Bélgica un enfermo terminal puede acogerse a recibir cuidados paliativos o a ser ayudado a morir; con plena conciencia de sus actos y acompañado de su familia.
Nadie quiere morir. Cuando alguien recurre a la eutanasia es porque su vida ya no es vida. Lo que no se puede hacer, por razones ideológicas o religiosas, es obligarle a seguir con su sufrimiento a cuestas o convertirlo en un clandestino suicida.

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