Opinión

Formas y rufianes

Me pongo chaqueta y corbata siempre que acudo a escuchar música clásica y ópera. Naturalmente, nadie me obliga a ello, ni se me va a prohibir la entrada por ir vestido de otra manera. Forma parte de mi libertad vestirme como me dé la real gana y creo que, además, no conculcaría la libertad de nadie si, incluso, fuera en chándal, chanclas y mascando chicle. En efecto, la libertad prima. Pero aún no llegando a transgredir la del prójimo, tampoco conviene llegar, si es posible, hasta justo el  límite de su libertad. Preferible es no llegar, siquiera, ni a la ofensa ni a la falta de respeto.
Un concierto de música clásica tiene sus propios códigos y liturgia. En suntuosos y regios edificios, los músicos se levantan cuando entra en escena el director, el público guarda un respetuoso silencio y no aplaude entre movimientos; se reserva para el final de las piezas. Al terminar, el director agradece su interpretación a los solistas y músicos principales y estos, a su vez, aplauden al director,… Es un ceremonial. En una orquesta sinfónica puede llegar a haber cien músicos con miles de horas de estudios, esfuerzo y ensayos que están sudando como bestias haciendo un esfuerzo ímprobo para complacer a quien se sienta en la platea. Seguramente estarían mucho más cómodos en bañador y chanclas; pero no, ellas se visten de largo y ellos, de frac. Por correspondencia a este esfuerzo y generosidad, me pongo chaqueta y corbata; y en ocasiones, si “cuadra” con el día del mes en que lo hago, hasta me ducho.
En el Congreso y parlamentos autonómicos percibo exactamente lo mismo. Se ubican en solemnes edificios, son visitados por miles de personas, tienen ceremoniales particulares y ujieres que han de guardar un impecable protocolo en su uniforme pero, sobre todo, es donde reside la soberanía democrática. Por tanto, habría que exigir hacia la institución el respeto de sus miles de visitantes y por descontado, de aquellos que tienen el intenso honor y la dignísima tarea de legislarnos. Sin embargo, en estos escenarios y, por cierto, en algún concello cercano, han aflorado una serie de individuos empeñados en convertir las sesiones en un circo. Personajes como Rufián trasladan al Congreso el plató de Sálvame. No sé exactamente si viste camiseta o directamente va en pijama, pero se ha convertido en la Belén Esteban de las sesiones. En él prima el exabrupto, la grosería y la provocación, claramente derivado de su falta de formación humana e intelectual. Esto con respecto a las formas; del fondo, ya ni hablamos.  

(*) Economista.

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