Opinión

¿Cobramos lo que creemos?

Martín Posío es un joven administrativo que vive en Orense.  Se ha sacado sus estudios con esfuerzo y ha tenido la fortuna de encontrar su primer trabajo, que desempeña ya desde hace tres años.  Aunque tiene compañeros en peores condiciones, su salario de unos 1.100 euros mensuales no le llega para independizarse. Los alquileres están por las nubes en la zona donde quisiera vivir. Cada año que pasa, su frustración es mayor y piensa que su empleador, un empresario de la pizarra, lo tiene explotado. Trabaja sus ocho horas al día, pero a veces ha de quedarse una hora más durante el periodo de facturación, cosa que le revienta. Ha consultado esta circunstancia con un amigo que le ha aconsejado que un abogado laboralista le asesore. Está pensando en reclamar esas cantidades. Con un salario de mileurista no se puede vivir y encima, cuando ha mostrado su queja al empresario, éste le ha dicho que no podía pagárselas y que podría recuperar esas horas en periodos de menor actividad. A Martín eso no le vale. Probablemente se presente a las elecciones sindicales para luchar, desde esa posición, contra la precariedad laboral de su empresa. 
Con el mismo esfuerzo y fortuna, América Castrelos  trabaja en Vigo como abogada en el departamento jurídico de una constructora. Lleva un año en el puesto y siete, con su pareja. Trabaja duro, sin escatimar esfuerzos, porque quiere conservar a toda costa su trabajo y su salario de 2.000 euros, que es ya un aliciente para que ambos se independicen. El gana algo más que ella, y entre los dos podrán juntar unos 4.500 euros mensuales que pueden permitirles alquilar un piso y, quien sabe, comprar uno más adelante. Cree que su trabajo es bien valorado por sus jefes y que estos le retribuyen por encima de lo que ganan otros compañeros de carrera que conoce.  Pero estamos en el mes de diciembre ha recibido una carta de Hacienda. No sabía que del total del salario que percibe ha de entregar, antes de que termine el año, la cantidad de 10.080 euros.  Su sueño se desploma. Si cada año ha de pagar esa cantidad a la Agencia Tributaria su proyecto de vida se desvanece. No puede entender como el Estado le arrebata el 42% del dinero que con tanto trabajo recibe. Se enfurece tremendamente porque, aunque sabe que se ha de contribuir mantener el coste del Estado del bienestar, empieza a pensar si lo que tiene que mantener es el bienestar del Estado. Percibe ahora de otra manera a quienes en los medios de comunicación claman contra el exceso de gasto de los que gobiernan y se rebela contra el sostenimiento, a cuenta del salario de personas como ella, de estructuras tan improductivas como las que diariamente se ponen en entredicho.
Estos dos ejemplos son, evidentemente, ficticios. Pero  muestran una realidad incuestionable. Tanto Martín como América ganan lo mismo. Cuando a alguien se le dice mileurista se comete un error.  El Estado obliga cada mes al empresario a retener y pagar por sus empleados una cantidad que puede alcanzar el 50% del salario; y la sensación que esto produce es que el empresario es un explotador. Sin embargo, si este abuso lo hiciera de una vez y directamente el Estado, probablemente tendríamos un juicio mucho más crítico sobre la presión fiscal en España. Al menos, así lo veo yo.

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