Opinión

Feminismo del malo

Las mujeres tuvimos la gran suerte estos días de que un hombre nos explique cosas. Tuvimos la fortuna de que nos abriese los ojos y nos advirtiese de que el maltrato, incluso el asesinato, se debe a nuestra estupidez innata y a una especie de fiebre uterina que nos lleva a sentirnos atraídas por el macho de reggaetón y chulo de turno. Somos así, pero no lo vemos por culpa del feminismo radical. Hablo, como habrán supuesto a estas alturas, de Manuel Molares do Val, que ha pasado de cronista a ser auténtico sociólogo experto en cuestiones de género. Después del revuelo causado con su primer artículo, en el que, tras hacerse eco de chismorreos de barrio, culpabilizaba a una víctima de morir a manos de su pareja –es curioso que solo la mujer se deba justificar cuando recibe una paliza, decide ser o no madre o progresa en su trabajo-, se lamentaba ayer de los reproches recibidos. Debería saber a estas alturas que toda opinión está sujeta a la crítica, porque la libertad de expresión, afortunadamente, también ampara a los que se retratan con sus majaderías.
Molares do Val volvía a insistir en su idea: la mujer de elevada posición y estudios universitarios es maltratada o bien porque se lo busca o bien porque quiere. Es más, en su nueva posición de experto sociólogo añade un dato que deberían tener en cuenta todos los observatorios de la violencia: fuera de ese rango (persona culta), la maltratada es una mujer que padece una minusvalía mental o está indefensa socialmente. Tomen nota.
La culpa de todo, vuelve a decir, es del feminismo radical, aunque no llega a explicar en qué consiste exactamente. Y es que para él y los suyos parece haber un feminismo del malo, ese que pregonarían las mujeres feas, generalmente lesbianas, que no se depilan y hasta huelen mal, amargadas porque en el fondo no tienen macho que les dé marcha, y un feminismo del bueno, el de las mujeres guapas y ‘femeninas’ perfectamente realizadas y que se adaptan a su imaginario masculino. Porque ese es el quid de la cuestión: se sigue pensando que la mujer no es nada ni nadie si no las complementa un hombre, novio, marido o padre protector, en el sentido literal o figurado. Somos menores de edad a las que se debe aleccionar. Por eso, en su condición de cronista bárbaro que ha visto mundo, nos advierte de los peligros de ejercer nuestra propia sexualidad, de vestir de tal o cuál manera, de meternos en la boca del lobo por nuestra inconsciencia. En fin, gracias de nuevo por ilustrarnos y explicarnos cosas.
Molares do Val, para justificarse, recurre a una de las tácticas que tan de moda están en estos días: desprestigiar al contrario con calificativos que tergiversen su naturaleza y den mucho miedo –‘feminazi’, ‘hembrismo’ y ya de paso, como quien no quiere la cosa, también ‘podemitas’-, convirtiéndolo en el mismísimo demonio que perturba su paz de macho comprensivo y condescendiente. Pretende, de esta forma, atacar al feminismo, del que ignora que es el movimiento filosófico, activista y social, con distintas corrientes de pensamiento, que más ha transformado el mundo en el último medio siglo y que busca la igualdad entre hombres y mujeres –de la cual nos beneficiamos ambos- para tener una sociedad más justa. Como pese a su cultura parece sentirse incómodo en un debate más profundo, no voy a hablar de estadísticas y datos reales o de conceptos como patriarcado, empoderamiento, androcentrismo o feminicidio que podrían asustarle. Sí diré que con Molares do Val hemos podido comprobar que el machismo sigue más arraigado de lo que pensábamos, oculto en ese tipo de planteamientos que a los no-machistas produce náuseas. Yo, desde mi feminismo del malo, lo que más me indigna de todo es no saber si lo que dice lo piensa realmente o si el autor de las crónicas bárbaras solo busca una notoriedad de la que carece. 
 

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