Opinión

Soraya-Cospedal: duelo en el pasado

Se ve que el superior predicamento de que goza Soraya Sáenz de Santamaría en las bases del Partido Popular, en ésta tórpida carrera que han emprendido los postulantes, se debe a que les recuerda los dulces tiempos de cuando el partido mandaba en España, tan cercanos pero tan remotos a la vez. María Dolores de Cospedal, por el contrario, les recuerda los marrones del finiquito en diferido, origen de la última caída de sus dioses. Por su parte, José Manuel García-Margallo, que es un hombre culto, aunque un punto soberbio como toda persona culta, no recuerda nada a las dichas bases, pues sus citas a Azaña y a Ortega les deben de sonar a chino. Y Casado, con su máster.
Este grupillo de aspirantes a dirigir el PP, a lo que queda de él tras la estampida de Rajoy, quien, fiel a su temperamento y a sus convicciones, ha procurado que el problema no le pillara allí, se halla embarcado en un procedimiento normal que para ellos es insólito, el de someterse al escrutinio y al refrendo de sus correligionarios, quienes hasta la fecha habían resignado la elección de sus líderes en un dedo, ya fuera el de Fraga o el de Aznar. Tras la pérdida del poder a causa de sus recurrentes pecados, y con él las cámaras, los focos y la atención mediática, ésto de volver a salir todo el rato en la tele dando la chapa con sus candidaturas es un respiro, un lenitivo para los concursantes, pero esta competición tiene, como todas, un lado chungo, el de que sólo puede ganar uno, una con toda probabilidad en el caso que nos ocupa.
Ahora bien; todo lo que de natural tiene la actitud de Mariano Rajoy, que gastó en su día, en sus diferentes comicios perdidos, toda su munición política opositora, y se ha ido a Santa Pola a sacudirse los mismas de Génova y a ver tranquilamente el Mundial, tiene de antinatural que el Partido Popular elija mediante primarias a su sucesor, que, por tradición canónica, debiera haber salido del dedo del redivivo registrador de la propiedad. Encima, añadida al nulo hábito de elegir democráticamente al jefe (jefa con toda probabilidad en el caso que nos ocupa), está la circunstancia de que las elegibles no se diferencian ni en la manera de tenerse tirria, y la de que el proyecto de ambas pertenece al pasado, el territorio de la nostalgia, y no al futuro que el principal partido de la derecha necesita, para seguir siéndolo, como agua de mayo.
A quienes, como a Rajoy, ni nos va ni nos viene la movida entre Soraya y María Dolores, no puede resultar apasionante ese duelo en el pasado, por mucho que no sea a la primera sangre, sino a muerte, cual consideran los especialistas y, a juzgar por la distancia que ha puesto por medio, Rajoy.

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