Opinión

El ruido del miedo

Basta una bala para acabar con la vida de un ser humano, pero ya ni eso para matar a varios, a decenas o a cientos. Un camión, una furgoneta, un cuchillo... Pero, pues lo que persiguen los asesinos en tránsito hacia su siniestro paraíso es infundir el máximo terror entre la gente, para que se adhiera a ella sin remedio, basta también el sonido de un petardo de feria, o el de un neumático que revienta, o el de una persiana metálica que se cierra de golpe, para sembrar el caos mediante la suma desconcertada, caótica, de tanto pavor en movimiento.
Bastó un ruido seco, que podía deberse a cualquier causa natural entre la bullente multitud que se hacinaba en la plaza de San Carlo, para que la ficción del terror se impusiera a la realidad en Turín, donde miles de aficionados se habían reunido para seguir las evoluciones de uno de los dos equipos de fútbol locales, la Juventus, en la final de la Copa de Europa. A la misma hora, en el mismo momento en que se desató el pánico en San Carlo, la ficción del terror ya no era ficción en Londres, a miles de kilómetros de distancia, pero es muy improbable que, por la simultaneidad de los sucesos, la noticia hubiera llegado a conocimiento de ninguno de los ciudadanos turineses que habían emprendido la tumultuaria estampida, golpeándose contra el suelo, lastimándose con los vidrios rotos esparcidos en él y atropellándose los unos a los otros.
Bastaban un furgón y unos cuchillos, en Londres, para arrebatar la vida o la salud de decenas de ciudadanos que se tomaban un respiro en la noche del sábado, pero en la plaza San Carlo de Turín, tan distante del Puente de Londres, no había desembarcado ninguno de esos ángeles inversos y fatídicos de la muerte con sus armas de ocasión. Un ruido, sólo un ruido, y, de súbito, el mismo caos, y, a su rebufo, una cosecha de más de mil quinientos heridos, algunos debatiéndose aún entre la vida y la muerte.
Ya ni una bomba, ni una bala, ni un camión, ni un cuchillo se necesitan para matar, para herir, para dejar un rastro de sangre y miembros amputados. Basta el ruido, tan invasivo, tan ensordecedor, del miedo.

Te puede interesar