Opinión

El gargajo

Aún se discute, a la hora de escribir éstas líneas, si Jordi Salvador escupió o no escupió a Josep Borrell cuando abandonaba el hemiciclo junto a sus camaradas de ERC en solidaridad con Gabriel Rufíán, expulsado poco antes por la presidenta del Congreso, Ana Pastor, por su contumacia en el cultivo del gamberrismo parlamentario, o de taberna, que le caracteriza.
Aún se discute, empleando para la dilucidación del suceso toda suerte de mecanismos exploratorios y ralentizadores de la imagen, el VAR, la moviola, los rayos ultravioleta, la "foto finish", si el tal Jordi Salvador le lanzó un pequeño gargajo por lo bajinis al ministro de Exteriores, o si, como uno humildemente cree al margen de que el independentista esputara o no esputara con aviesa intención, fue la Cámara en su conjunto, bien que con las excepciones que hubiere que reconocer, la que escupió durante toda la sesión de control al Gobierno en la cara de todos los españoles, incluidos, naturalmente, los catalanes.
Aún se discute, aunque a la caótica velocidad que va esto mañana se discutirá de cualquier otro dislate o enormidad, si hubo lapo o no hubo lapo, o si el pollo de Jordi Salvador quedó en un amago tan burdo que es como si lo hubiera disparado cual secretario general del PP los huesos de las aceitunas. No se discute, sin embargo, sobre el hecho de que toda esa gente comisionada por los ciudadanos españoles para resolver sus problemas y promover entre todos una sociedad más igualitaria y justa, un país mejor, se engolfe un día sí y otro también, bueno, los días que aparecen por el Congreso, en la más mezquina, sectaria y estéril de las actividades políticas, la de insultarse los unos a los otros.
Aún se discute si hubo o no hubo escupitajo de Salvador a Borrell, e incluso si las palabras de éste al defenderse de los insultos de Rufián pudieran o no atenuar en algún grado las salivaciones de aquél. Sin embargo, y a resguardo de lo que determine finalmente el VAR, la moviola, los rayos ultravioleta o la "foto finish", la verdad es que ese gargajo, saliera a pasear o no, representa cabalmente la calidad del parlamentarismo y de la política que se están haciendo en España. O dicho de otro modo: mientras la nave zozobra, la tripulación no hace otra cosa que escupir.

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