Opinión

Canal no, ciénaga

Sólo un modesto porcentaje de delitos se esclarecen y sus autores reciben el correspondiente reproche social, judicial y penal. El resto deja su estela de daños en tanto sus ejecutores gozan en la impunidad. Así, pues, ¿cuántos políticos indeseables como los que pueblan éstos días la crónica de Tribunales robaron en el pasado sin que nadie les sentara la mano, y cuántos, en activo, siguen robando, o urdiendo nuevos planes de saqueo y desfalco?
Los ladrones de guante blanco dedicados a la política que se han ido pillando nos parecen muchos, pero son muchos más. Cada caso de corrupción es una ventana que se abre a ese lodazal, si bien, y ésto agrava el asunto, siempre hay alguien, o álguienes, que corren a cerrar esa ventana y a echar las cortinas para que las pesquisas y la profilaxis no lleguen más allá. Los partidos, y más si gobiernan y disponen de las herramientas de ocultación que eso proporciona, son los primeros en cerrar la ventana por la que algún juez "no amigo" quiere detenerse a mirar.
En el caso de Ignacio González y sus secuaces, el de la enésima podre en el Partido Popular, en el gobierno de la Comunidad de Madrid y en el Canal que abastece de agua a los madrileños, se ha querido cerrar la ventana que se abre a las horrendas vistas de una corrupción endemizada, institucionalizada, que va más allá de los nombres de unos cuantos golfos encalomados en la política para, en su escalofriante miseria ética y estética, hacerse con inmuebles de relumbrón, pelucos de oro y cuentas en Suiza. Entreabierta solo, podemos imaginarnos perfectamente, empero, qué podría verse y descubrirse desde ese mirador a la ciénaga.
González sabía que le iban a detener no sólo porque su torpeza y su rusticidad no tenían límites, sino porque, al parecer, una jueza "amiga", de la casa, de la familia (política), había dado el agua e informado a su entorno. Es probable que, así avisado, le diera tiempo a deshacerse de pruebas incriminatorias, pero no ha podido deshacerse de sí mismo y está donde está. Los de ésta última y reciente hornada de rufianes son muchos, pero, lamentablemente, la ventana no abre del todo. De abrirse bien, veríamos que son más.

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