Opinión

Pitos

Comentario escuchado en la Feria del Libro madrileña a un hombre de edad media, catalán, que se acerca a la caseta en la que una escritora catalana firma ejemplares de su última obra. Mientras ella le dedica el libro, él le pregunta qué le pareció la pitada del Nou Camp, y le dice: “Soy republicano y por tanto entiendo que haya gente que rechace al Rey, aunque me parece una falta de educación pitarle cuando está presente. En cuando a los pitos al himno nacional, son incalificables”. Luego añade que España es el único país del mundo que no respeta a sus símbolos, que no conoce otro lugar en el que se abuchee al himno o a la bandera, y le pregunta a la escritora, que conoce bien su tierra y a los políticos de su tierra, la tierra de los dos, cómo reaccionarían los catalanes si alguien pitara "Els Segadors". Los dos coinciden en que sería impensable. Nadie se atrevería a hacerlo.
El espectáculo del final de Copa en Barcelona provoca una profunda tristeza más que indignación. O además de indignación. Tras esa pitada hay unos responsables políticos que han azuzado a las masas para que expresen su rechazo a los símbolos españoles, como hay una responsabilidad de los clubs que se sumaron a la iniciativa y repartieron miles de pitos. No es la primera vez que el Barça y el Athletic hacen alarde de antiespañolidad, porque tanto en los despachos de sus directivos como en los locales de sus peñas hay personas que alientan la corrupción moral de los socios. Porque, aunque no haya dinero de por medio, es corrupción promover el rechazo al Estado al que se pertenece, a sus símbolos más preciados, a su Constitución y a sus leyes. 
La tristeza la provoca el advertir que miles, centenares de miles de personas, son educadas en el odio. Un odio selectivo, bien que agrada a esos ciudadanos que pitan que el Estado del que abominan pague sus cuentas y garantice sus servicios públicos. Los catalanes no merecen los políticos que tienen–aunque los han votado- , tampoco merecen algunos de sus dirigentes deportivos –inmersos en casos de corrupción, por cierto-, ni merecen que las nuevas generaciones reciban una educación en la que prima el rencor hacia todo lo que signifique España.
Había fórmulas para boicotear la pitada, entre ellas sancionar a los clubs, suspender el partido o celebrarlo a puerta cerrada. Quizá ha sido buena idea no tomar ninguna medida. Así ha quedado patente el daño que hacen los políticos catalanes que han alcanzado cotas de poder: están creando una sociedad rencorosa, sin valores, de mente muy cerrada para analizar qué hay más allá de lo que ven sus ojos; una sociedad que solo se mira a sí misma, que no se marca objetivos de los que provocan orgullo, sino que se conforma con el logro pequeño.
Allá ellos.

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