Opinión

Falta de pudor

Ha pasado de todo en esta campaña electoral, y no todo ha sido bueno. Pero lo que ha herido la sensibilidad de muchos, con razón, ha sido la presencia de Pasqual Maragall en un mitin de Esquerra Republicana de Catalunya, formación a la que se ha sumado su hermano Ernest tras abandonar el PSC por no estar de acuerdo con la política respecto a la independencia y el referéndum.

Ha pasado de todo en esta campaña electoral, y no todo ha sido bueno. Pero lo que ha herido la sensibilidad de muchos, con razón, ha sido la presencia de Pasqual Maragall en un mitin de Esquerra Republicana de Catalunya, formación a la que se ha sumado su hermano Ernest tras abandonar el PSC por no estar de acuerdo con la política respecto a la independencia y el referéndum.


Ha herido la sensibilidad porque el ex presidente de la Generalitat padece alzheimer desde hace varios años, y existen dudas fundadas y razonables de que tenía poco conocimiento de dónde estaba, para qué estaba y quienes eran aquellas gentes que le saludaban con afecto.  Una situación que conocen bien quienes conviven con afectados por ese mal, enfermos que viven en un mundo de niebla  y desmemoria y se dejan llevar porque les falta la capacidad de saber a dónde van.


La mujer de Maragall, Diana Garrigos, es la compañera leal del ex presidente, se ha convertido en su sombra y ha puesto en marcha una fundación que realiza un trabajo importante para fomentar la investigación de una enfermedad que afecta a centenares de miles de españoles y a sus familias. Por eso no se comprende que haya hecho esa exposición pública de su marido con fines exclusivamente electoralistas. No lo merecía Pasqual Maragall, y no es creíble que, como ha declarado Diana, Maragall quería estar junto a su hermano. No es creíble porque las imágenes lo decían todo: el ex presidente  no estaba allí, su cabeza se encontraba en otro lado, en otro mundo, no había más que fijarse en su rostro y en sus ojos.


Maragall renunció a la militancia en el PSC al poco de dejar la Generalitat, y tenía razones para hacerlo porque se sintió traicionado por un Zapatero que, puenteándolo con absoluta falta de consideración y de respeto, negoció con Artur Mas el estatuto de autonomía y, una vez aprobado en el parlamento catalán, volvió a negociar ciertas modificaciones para que fuera aprobado en el Congreso de los Diputados por el grupo socialista. Diana Garrigós, por su parte, abandonó también la militancia pero con algo más de ruido, al hacer pública su carta de baja en el PSC. Carta en la que exponía sus motivos,  comprensibles cuando Zapatero había dado tan mal trato institucional a su marido.


El rencor hacia el PSC no puede servir de exclusa para presentarse en un mitin de ERC en compañía de un Maragall enfermo de un mal que quiebra su voluntad. Esa aparición  perturba  por lo que significa de falta de pudor,  de sensibilidad  e incluso de respeto a una figura política que ha hecho historia en Cataluña y que nadie duda que siempre apoyó a su hermano. Incluso le incorporó a su gobierno. 

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