Opinión

La tempestad

Acabamos de comprobar con claridad absoluta lo que sucede cuando en un país hay un problema que consigue bloquear a todos los demás. El conflicto de Cataluña con el soberanismo está comportando el abandono de grandes aspectos de la gobernación en diversos y muy importantes aspectos de la vida pública. El ejemplo más elocuente de los últimos días ha sido lo ocurrido al cierre de las vacaciones de Navidad con ocasión de las grandes tormentas y nevadas, especialmente visible en esa cantidad de personas que quedaron atrapadas sobre todo en la autopista AP-6. El drama de Cataluña de nuevo con su impronta en el resto de la realidad. El desastre del regreso vacacional, motivado por la más absoluta imprevisión y el olvido de la primera obligación de los gobernantes: preocuparse del bienestar de los gobernados.
Se ha recordado con acierto estos días la exigentísima reacción de Mariano Rajoy en 2009, siendo jefe de la oposición, en circunstancias parecidas a las de ahora, pidiendo la dimisión de la ministra de Fomento Magdalena Álvarez, por cerrar durante unas horas el aeropuerto de Barajas, con motivo de un temporal. Lo raro es que se hubiera olvidado aquel trance, a juzgar por la absoluta pasividad ahora de su Gobierno. Pero claro, ahora está Cataluña, de cuya omnipresencia no son capaces de librarse. A ver si lo ahora sucedido les sirve de algo. Al menos para no embrutecerse con un conflicto y darse cuenta de que la gobernación de un país es un juego de equilibrios y de distribución de tareas, sin esperar nunca a que un problema se superponga a todos los demás y abra el camino de la parálisis.
Tomen nota y aprendan de la realidad y de los errores cometidos. Ocúpense de Cataluña, pero de verdad, con inteligencia y con imaginación. Y dejen hueco a los demás problemas, que son muchos y muy importantes. Y no olviden que nada de Cataluña se moverá de verdad mientras que no se abran las vías de la reforma de la Constitución. Que es el viento que ayudará a moverlo todo. Los demás partidos están obligados a cooperar. Se han acabado, por fortuna, las mayorías absolutas pero esa circunstancia no debe ser motivo de inmovilidad y parálisis. Ningún partido debe condenar a otro a la inacción, pues eso es contribuir a una cadena de inmovilidad que daría al traste con cualquier posibilidad de avance o de salida del gran bache en que nos encontramos. Y conste que hablo para todos.

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