Opinión

Le llaman Nicolás

Entre los Oleguer, Rato, Blesa, Lanzas, Camps, Moltó y tropecientos nombres más, patéticos protagonistas últimos de nuestra sociedad, se ha colado Nicolás, tal como se cuela ante Rey o cualquier acto rimbombante, sea por la gracia de pícaro que Dios le dio, sea por desgracia de la Corte moral que España nos da. Y decimos Nicolás porque así le llaman, pues vaya usted a saber si el misterioso joven es o no Nicolás, si es ficción, cuento o realidad. Lo que sí es, es todos contra él, que si detrás está propia Central de Inteligencia, algún rey de Bulgaria, tal vez importante grupo financiero o quizás empresa constructora que al parecer dejaba al chaval un potente chalet para hacer operaciones y donde él lo que sí hacía –confirmado- eran fiestas juveniles. Menos mal que salió la Pechotes en su defensa, una chica con buenas razones para defender al amigo al que le reconoce gran lealtad, gran tesoro a guardar. Pero a Nicolás, ¡ay Nicolás!, muchos no lo podrán ver con simpatía, no porque haya perjudicado en su trabajo a ningún policía que tragó su mentira y lo condujo por carretera de alguna golfería más, ni porque haya podido estafar a algún inocente añadido con su espíritu megalómano, que ambas cosas sí las debería pagar de alguna manera, sino porque a algunos de estos los has superado de largo en la escalada con piolet de engaños y pillerías al pico más alto que está reservado a los caras, o por la jeta, ¡jetas!.
Ni conozco a Nicolás ni tampoco me importa más que lo justo de la anécdota que representa. Eso sí, una anécdota que fotografía nuestra sociedad de arriba abajo (esto ya me importa más), o arriba ambiciosos, codiciosos, caraduras y demás pintas, además de algunos nobles y honrados ciudadanos, amén de trabajadores cualificados y muchos otros, claro está, pero, insisto, donde demasiados personajillos que sin saben hacer la O con un canuto sin embargo se erigen en puestos de responsabilidad por simple capacidad de colarse en fiestas ajenas con la naturalidad que da no tener vergüenza ni sentido alguno del ridículo. También revela su anécdota la importancia de una fotografía bien manejada, que resulta tarjeta credencial llave para algunas puertas modernas. No vamos a decir que la capacidad de arrimarse al importante o famoso para salir fotografiado como si fueras parte activa del acto que sale en escena, con el fin de explotar ventajosa y posteriormente la fotografía, esté al alcance de cualquiera, pues hace falta cierta caradura singular no exenta de admiración, pero tampoco es de ningún mérito elevado a arte; en todo caso mejor referir tal capacidad al Vademecum.  
Pero ¿quién de ustedes no conoce en su ciudad o pueblo a alguno que escaló algún despacho sin ningún mérito sino por la cara de ponerse a la sombra del superior? Los Nicolás que se infiltran con una cara que no veas en el poder utilizando fotografía, video, autógrafo o cualquier otra prueba documental de su presunta cercanía a otro poder gemelo, y así poder seguir enrocándose en una falsa cadena, existen en cada esquina. Son el pan de cada día. Pero con Nicolás nos llegó gran nécora que ha puesto con el culo al aire a todo un sistema de falsa ingeniería social de época, que comienza a flaquear con tanto fantasma que parió. Me gustaría saber, por ejemplo, cuántos homónimos Nicolás van presumiendo por ahí de fotos desfilando ante los reyes en la misma audiencia en la que vimos al joven estafador, sin más méritos que éste por mucho que deliren con tenerlos por ostentación de algún cargo. El tiempo, tarde o temprano, nos descubrirá cuántos Dorian Grey de petit fama-petit prestigio viven pululando actualmente.

Te puede interesar