Opinión

La puñetera dictadura de lo políticamente correcto

Aquí la democracia o el sentido común siguen siendo fenómenos insólitos, pero en cuanto a demagogia, hipocresía y canibalismo no nos gana nadie. Se acuña lo políticamente correcto, aunque sea una basura, y todos a bailar al son de lo intocable.
Hace unos días, a una mujer, cargo público, se le ocurrió, en defensa de los derechos de quienes, como ella, deberían tener tantas oportunidades como los hombres, el poner en entredicho la actual legislación laboral que, a su entender, en lugar de defender a la mujer la está perjudicando en gran manera. Cierto que formalmente quizá su defensa no estuvo a la altura de lo que exige una ciudadanía que dista mucho de entender la menor explicación cuando se utilizan metáforas, o el más puro sarcasmo a la hora de poner de manifiesto el argumento de que se trate, algo que aprovecha miserablemente un sector de la prensa sensacionalista, que vive de la demagogia y de tergiversar contenidos, en beneficio de explotar el escándalo que ellos procuran.
El argumento es el siguiente: Si protegemos laboralmente de forma excesiva a la mujer que apuesta por la maternidad, haciendo gravar tal protección en el empresario, en lugar de buscar la conciliación laboral y la corresponsabilidad, se corre el riesgo de perjudicar la vida laboral y la promoción de la mujer de la que se pretende su protección. Argumentado así el asunto, se puso en la piel del empresario y expresó lo siguiente: Siendo así las cosas, si he de crear un puesto de trabajo, prefiero un hombre a una mujer, y en todo caso contrataría a una mayor de 45 años que no se quede embarazada.
Como era de esperar, tanto la prensa sensacionalista, como lo más casposo del feminismo mal entendido, lo más mediocre de la mamandurria partidista, como toda la basura de lo políticamente correcto, jugaron al unísono a entender el asunto como mejor se prestaba a sus miserables bajezas, apurándose en descalificar a quien solo pretendía poner el dedo en la llaga de un problema todavía sin solucionar, que afecta gravemente a las mujeres más válidas en su promoción laboral. Había que entenderlo al revés pues eso vende, y ahí la consigna, en este país de buitres, funcionó a las mil maravillas, pues el linchamiento fue prácticamente absoluto.
Pues sí, verdugos miopes de mierda, o solucionamos de una vez la conciliación laboral, o las mujeres más válidas dejarán de tener hijos, o si los tienen acabarán perdiendo sus puestos de trabajo y su promoción laboral, pues si la maternidad la ponemos en el debe del empresario, como hacemos con todo el vaguerío de los liberados sindicales, éste, sin lugar a dudas, preferirá contratar a un hombre que a una mujer de quien soportar sus derechos económicos, pero sin poder contar con sus deberes laborales.
Los hijos son tanto del hombre como de la mujer y ambos han de sostener la responsabilidad que ello comporta y el Estado hacerse cargo del coste que ello pueda acarrear al rendimiento laboral. No es un problema ni de la mujer ni del empresario, sino de todos, ya que el Estado somos todos, algo muy claro en otros países, pero absolutamente ignorado en esta caricatura de democracia que sufrimos. Es preciso conciliar intereses laborales y familiares regulando y articulando situaciones que permitan compaginar ambas situaciones, sin perjudicar ni a la empresas, ni a la familia, ni a la promoción laboral de la mujer.
Ni se beneficia a la mujer ni a su dignidad con sobreprotecciones, tanto laborales como para ocupar cargos por cuota, o haciendo que en situaciones de separación o divorcio, al amparo de un Código Civil del siglo XIX, el ex marido haya de mantenerla de por vida, como si fuera una inútil incapaz de defenderse por si misma, si no tiene un hombre detrás que la mantenga. ¿A dónde fué a parar el verdadero feminismo?. ¿Les vale el chupar de la piragua aun a costa de su dignidad?. ¿No tienen nada que decir al respecto?.
De todas formas, en este país de mediocres, nada extrañaría que finalmente “dimitieran” a la interfecta, en lugar de agradecerle el haber puesto el dedo en la llaga, cuando su único defecto fué no darse cuenta de que estaba hablando para cortos mentales y vigilada por las bienpensantes hienas de siempre, dispuestas a su habitual carroña.

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