Opinión

¿Instruir, educar o formar?

El ser humano precisa de amplias referencias en las que integrarse como grupo, referencias relativas y convencionales, tan admitidas por la práctica totalidad del grupo que, aun no siendo reales, se tomen como tales en nuestro imaginario colectivo, ya sea en cuanto al origen del mundo, al tiempo, al espacio, la forma de comunicarnos o de calcular, las virtudes sociales, la religión, la política, las costumbres, las relaciones personales, en general un micro mundo donde sentirnos cómodos y en el que nos protegemos de cualquier agresión externa, hasta el punto de matarnos unos a otros a lo largo de la historia por la prevalencia de alguno de nuestros convencionalismos, por supuesto aunque ninguno de ellos sea objetivamente verdadero ni absoluto, y siempre en detrimento de la tolerancia y la libertad.
Así las cosas, podemos dividir estos paradigmas en tres clases distintas: los que devienen del conocimiento universal y de la ciencia, hijos de la razón, por un lado, los que corresponden a toda una serie de convencionalismos de orden social y de convivencia, y finalmente los que responden a formas distintas de ver la vida y de vivirla, ya sea en el aspecto político, religioso, deportivo, en general aquellos a los que se llega más por el corazón o el sentimiento que por la razón, los mas peligrosos.
Al primero de ellos se llega a través de la instrucción, al segundo por la educación y al tercero por la formación. Se instruye para el conocimiento, se educa para la convivencia y se forma para la doctrina, así mientras la instrucción es puramente objetiva y responde al estado de conocimiento del ser humano en cada época de la historia, la educación puede ser también cambiante en función de los parámetros convencionales en los que se mueva nuestra sociedad. La formación, por otra parte, ya se encuadra más en lo subjetivo de ciertos grupos, pertenece más al mundo de las aficiones, las creencias, los sentimientos o las profesiones. 
En ese orden de cosas, la labor a llevar a cabo con nuestros niños y adolescentes, en aras al fomento del cultivo del mayor regalo del ser humano, la libertad, debería centrarse, al menos hasta una mayoría de edad mental y responsable, sobre todo en la instrucción y la educación, dejando para el ejercicio de su libertad y al derecho personal a su elección, a todo aquello que requiera de formación, ya sean opciones políticas, religiosas, laborales, etc.
Si es cierto que a lo largo de los primeros años, generalmente con mayor intensidad hasta los 7 años, el niño asimila prácticamente todo lo que se le inculca como si fuese una esponja, haciéndolo suyo y creyéndolo real, de manera que solo pasados unos años y tras una importante labor de estudio y puesta en duda, es capaz de desprenderse de todo lo que ha tenido que absorber como carga impuesta por las opciones de otros, generalmente los padres, el “favor” que se le hace con ello en esos años suele ser nefasto. Es la práctica estupidez mental y falta de respeto hacia el propio hijo por parte de tantos padres bien intencionados, de justificarse a base de argumentar que si aquello en lo que forman a los hijos creen que ha sido lo mejor para ellos, han de transmitírselo a sus hijos, pues quieren lo mejor para ellos, en un ejercicio de atropello de la libertad y de la futura capacidad de opción, radicalmente equivocada y castrante. 
Al niño se le ha de instruir y educar, pero nunca formar, pues eso es un patrimonio suyo particular, que habrá de ejercer cuando, desde asumida su educación e ilustrado en condiciones, pueda ejercer sus opciones con pleno conocimiento y voluntad, el resto no es más que un ejercicio dictatorial por parte de unos padres que, en aras de buscar lo mejor para sus hijos, atropellan su futuro, sus opciones y su libertad, obrando según las características propias del “buen dictador”. Observar esas imágenes de niños pequeños enarbolando símbolos en manifestaciones políticas o religiosas, utilizados por sus padres como arma arrojadiza, germen de extremismos o carne de convento, produce auténtica pena. Afortunadamente algunos, criados escolarmente en formaciones como la religiosa o la del “espíritu nacional”, hemos conseguido librarnos de imposiciones, y finalmente vivir según nuestro propio criterio, conquistado a base del estudio y puesta en cuestión de toda una serie de estupideces, lo que tantos y tantos aun tienen grabados a fuego en su impronta personal.
Respetemos la libertad futura de nuestros hijos, esa es la mayor riqueza que podemos otorgarles.

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