Opinión

El arte, o lo que emociona

Hace unos días, tuve la ocasión de asistir a la exposición artística de la hija de un amigo. Tras el discurso de presentación de su obra, la autora, al parecer de reconocido éxito internacional y de alabadas virtudes artísticas, en el capítulo final de agradecimientos, tras hacerlo hacia sus colaboradores y amigos, tuvo una especial mención de reconocimiento hacia sus padres, quienes siempre le apoyaron en su vocación y en sus decisiones, “aunque nunca entendieran nada de lo que hacía”, dijo, lo cual evidentemente, tiene mas mérito para ambos.
Pasadas unas horas cenaba en buena compañía en un prometedor restaurante japonés, situado en un lugar no demasiado estratégico, pero sorprendentemente bien montado y con una oferta gastronómica de la que, salvo por el insulso sake y por los puñeteros palillos, el resto resultó de lo mas agradable, correcto y reconfortante, superando ampliamente las iniciales expectativas.
Para acabar la velada, nada mejor que algo de alcohol (hay que conservarse) y música en vivo, más o menos acorde con los gustos que uno ha ido indultando con el paso de los años, lo que nos llevó a la bodega de Matías, donde, sorprendentemente esta vez, no estaba demasiado concurrida, pero en la que nada mas entrar ya teníamos al propio Matias a la guitarra, dispuesto a trasportarnos a unos años en los que aquellas canciones se asentaban en nuestro disco duro para formar parte, ya para siempre, de nuestro patrimonio emocional. La noche se iba enriqueciendo, hasta que un par de jóvenes de entre el público, a la invitación del anfitrión, se apoderaron de sendas guitarras y, de los años 60, pasamos a la canción sudamericana, evocadora de otras sensaciones que tuvieron su punto álgido cuando uno de ellos, en solitario, interpretó “Perfume de carnaval” y ahí apareció la magia, el punto en el que reside la emoción, el arte, un concepto que no hay que entenderlo, sino simplemente sentirlo. 
Para uno al que le gusta, tanto analizar, como sintetizar conceptos, el arte, partiendo de un estado receptivo con base en un bagaje cultural medianamente trabajado, es simplemente lo que emociona, algo puramente subjetivo pero intenso, fuerte, conmovedor, que te revuelve, te transforma positivamente e incluso hasta te empuja, por momentos, a reconciliarte con el mundo, algo que, a un ateo recalcitrante como yo, le ocurrió en la catedral de Siena, donde no pude por mas que sentarme a llorar de emoción por tanta belleza, algo que me cuestionó al momento tantos años perdidos valorando intrascendencias, ocupado en tanta bobada cotidiana. No, no se me apareció ningún dios ni virgen alguna, se me hizo presente, insultante y subjetivamente patente, el arte en estado puro.
Siempre he mantenido que en cualquier manifestación artística existen componentes valorables objetivamente y otros puramente subjetivos, los que al final te emocionan al tiempo que a otros les dejan indiferentes, sin que aquello de que se trate sea mejor ni peor (es un decir), simplemente que llega a unos y pasa de otras sensibilidades, cuestiones también dependientes del hecho cultural propio, de haber cultivado tales sensibilidades, algo que ocurre tanto con la música como con la pintura, la fotografía, la arquitectura, la escultura, la literatura, o cualquier otra manifestación artística. Generalmente, ante un cuadro, lo objetivo, la técnica, la proporción, el encuadre, la luz, el color, los contrastes, la profundidad, te hacen sentir bien, como también la estrategia del mensaje, la temática bien resuelta, el que te transmita y puedas entender lo que el autor pretendía, todo ello valorable objetivamente, pero solo lo subjetivo, solo ese punto que te mueve y te transporta, distingue, en ti, al genio del buen profesional, a la obra de arte de lo correcto. Ese ángel que raramente es común a todos y que solo cuando se nos aparece a muchos acabamos por considerar a quien ha tenido la virtud de engancharnos como a un genio, afortunadamente no es algo puramente objetivo, ni por tanto capacita a nadie para asegurar que algo es bueno o no, sino simplemente algo del que beber o pasar simplemente de largo, pues seguramente a alguien acabará emocionando y por tanto cumpliendo su cometido.
Mi amigo, quien si se emociona con su hija, de su obra de arte no tiene porque entender nada, porque no hay nada que entender, y si no se emociona con sus obras, si lo hará con la seguridad de que habrá muchos a los que llegue y con ello les mueva a ser mejores, a emocionarse y a tener cierta esperanza en la humanidad, una meta que no está al alcance de casi nadie y un motivo mas para enorgullecerse, sino con la obra, si con las consecuencias de ella y de su capacidad de transmitir y de aflorar sentimientos, lo que sin duda también se debe a una educación trabajada positivamente y con éxito, susceptible de provocar emociones y despertar sensibilidades. 
Enhorabuena, afortunado amigo. 

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