Opinión

Una mala jornada

El desfile que ha recorrido el primer tramo del paseo de la Castellana bajo una fuerte lluvia que ha impedido la participación de varias unidades del aire, ha significado también la primera participación en estos actos de Pedro Sánchez. No ha sido un día muy feliz para el presidente del Gobierno en su estreno, un estreno en el que ha sido fuertemente abucheado a la entrada y a la salida y en el que ha hecho el ridículo más espantoso permaneciendo al lado de los Reyes durante el saludo protocolario en la Zarzuela hasta que un funcionario de la Casa Real le ha advertido que a él no lo correspondía ocupar ese espacio.
La desgraciada ignorancia del presidente en materia de pompa y circunstancia –que debería haberse estudiado previamente para no meter la pata- no es lo peor sin embargo de este día áspero y nada agradable para el primer ministro. Si me apuran, tampoco ha sido lo peor  para Sánchez esta reacción del público asistente al acto que no le tiene el más mínimo aprecio, le acusa de haber usurpado la presidencia y le exige elecciones generales. Lo peor es el cisco monumental y sin posibilidad de arreglo que Pedro Sánchez tiene en Cataluña a la que ha contribuido a dividir cada vez más, y cuya caótica situación  se plasmó sin la menor duda en la jornada de ayer en la que, a la incalificable reprobación del rey Felipe en el Parlamento regional que contó con el voto favorable de Podemos, se opuso la salida a la calle de los partidarios de la unidad tendiendo banderas nacionales y protagonizando manifestaciones multitudinarias que se enfrentaron a campo abierto con bandas de ultras enmascarados recorriendo la ciudad rompiendo escaparates y cajeros bancarios. Cataluña y especialmente Barcelona hace algún tiempo que ha traspasado la barrera de lo accesorio y sus actitudes ya no son anecdóticas ni carentes de importancia. Muy al contrario, el conflicto supera largamente el límite y se ha convertido en un ámbito irrespirable. Incluso dramático, porque ni tiene límite ni se advierte solución alguna. Sánchez no la tiene ni sabe cómo administrar un paisaje que amenaza con acabar muy mal. Ha aceptado lo que no puede aceptar, ha renunciado a aplicar su autoridad en un escenario que se ha ido de las manos y los compromisos adquiridos le impiden tomar soluciones. Está atrapado. Un drama.

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