Opinión

Una causa de todos

La multitudinaria respuesta ofrecida por las mujeres durante la jornada que se dedica en todo el mundo a su justa causa, expresa la profundidad y resolución de una exigencia que ya no es solo patrimonio suyo sino  anhelo y necesidad de todos. Todos debimos haber sido mujeres ayer y tengo la fundada esperanza de que así fue y así tiene que ser porque esta amplia y fundada múltiple reivindicación no solo afecta y necesita del concurso de todas las mujeres sino que es  un empeño que debe ser compartido y no podrá hacerse efectivo si en él no participamos también todos los hombres. No habrá tal sino expresamos la voluntad común sin importar el género al que pertenezcamos. El género, la nacionalidad, la condición, la característica,  la raza, el idioma, la religión o la extracción social. Si no nos involucramos conscientemente todos.
A mí este tipo de expresiones que afectan a todos los que estamos me parecerían mucho más sinceras y dignas de defender si estuvieran desnudas de condicionamientos políticos porque sospecho que el acento ideológico contribuye a falsearlas aunque sospecho también que resulta irremediable. La causa femenina es demasiado apetitosa para que la clase política la deje pasar aunque personalmente no creo que la presencia de los partidos políticos y sus diferentes interpretaciones de la materia común contribuya a crear una verdadera conciencia compartida. Esta es una causa transversal llena de razón, imprescindible de conquista y susceptible de ser defendida simplemente por justicia natural. A todos nos afecta y todos hemos de contribuir como podamos y desde nuestras respectivas responsabilidades  a que triunfe y se convierta en normal y cotidiana. Existe hoy en ella un aire de confrontación y de conflicto de sexos que debería obviarse.
Soy y siempre lo he sido, un entusiasta defensor de las cualidades de la mujer y he sentido sus excelencias en todos los  territorios. En el terreno profesional sin duda, pero también en la de la amistad y en mi admiración incondicional por sus virtudes -muy superiores en incontables facetas- a las de los hombres. Sensibilidad, constancia, lealtad, sentido común, fortaleza, intuición, voluntad, amor, prudencia…
Pero yo no creo que haya igualdad entre el hombre y la mujer ni falta que hace. Las mujeres, Dios las bendiga, son mujeres, cultivan su feminidad, son hermosas, dulces y fuertes, listas, guapas y capaces. El objetivo por tanto es el que es. Acabar con la discriminación, con la brecha salarial, con la exclusión, con el machismo y con el  maltrato. Cosa de todos, ya digo.

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