Opinión

Un proceso imparable

Por alguna razón que los estudiosos del comportamiento político estudian sin resultados aparentes y el resto de nosotros aceptamos alarmados pero también convencidos de que no tiene reparación posible, el PSOE es el partido político del arco parlamentario nacional con mayores disensiones internas. Creo que fue Pío Cabanillas quien, en los días finales de UCD, dijo aquello tan inteligente de “cuerpo a tierra que vienen los nuestros” convencido de que el fuego amigo se iba a cobrar un zurrón entero de piezas en el famoso y agonizante congreso de Palma y que las luchas intestinas terminarían abocando a la formación centrista a una destrucción irreparable. 
El PSOE de hoy es un partido de diseño que improvisaron los más listos pastores de la transición como si fuera una campaña de marketing, rellenando con jóvenes cachorros vírgenes alineados en la izquierda ilustrada española, unas siglas antiguas que hubo que vaciar previamente tirado a Rodolfo Llopis y los vetustos socialistas de la II República por la ventana. Estaban estos chicos en su mayoría criados por la socialdemocracia alemana y venían ungidos por Willy Brandt -quien por cierto no se llamaba así ni por lo más remoto y adoptó este seudónimo desde Noruega para no caer en manos de la policía nazi- dispuestos a europeizarnos y de paso europeizarse. Pero jamás pudieron abandonar esa malvada costumbre de devorarse unos a otros que ha permanecido intacta hasta nuestros días desde que sirvió precisamente para barrer las momias del socialismo arcaico en favor  de la muchachada sin mácula. Los de la generación de Suresnes, Guerra, Felipe, Galeote, Peces Barba y todos los demás.
El PSOE de hoy mismo se desangra fracturado por la ambición desmedida de un secretario general que no sueña con otra cosa que con la venganza y que ha llevado al límite su apetito desenfrenado apropiándose de todo el poder en el partido, laminando los órganos de decisión internos y basando su dominio simplemente en la demagoga línea de conexión directa creada por él mismo entre su figura en la cumbre y la militancia. Pedro Sánchez ha construido un sueño que no podría llevar a cabo si existieran en el partido instancias reguladoras. Por eso, y por cobrarse la factura en carne y sangre de la gestora que se hizo cargo del partido con él defenestrado, no quiere atender a razones. Pero Susana Díaz sigue existiendo y sigue plantándole cara. Mientras las encuestas le advierten de su divorcio con la realidad y le amenazan con naufragios, Sánchez sigue adelante. Acabará abocándolo a la desaparición. Es cuestión de tiempo para desgracia de todos.
 

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