Opinión

Trece años de aquello

Ayer fue 11-M y apenas me di cuenta de ello salvo por los actos institucionales que se celebraron con carácter muy discreto en una ciudad en la que la apuesta colectiva es tratar de olvidarla y buscarse la vida por otros caminos. Bien hecho diría yo entornando los ojos al sol ya primaveral de esta urbe universal, ecuménica y polimórfica que se pone más guapa aún cuando despuntan sus glicinias, señal casi inequívoca de que los fríos han pasado y toca –como en las ordenanzas de Carlos III que le costaron la peluca al marqués de Esquilache- recortar las capas y armar en tres picos los sombreros para que la luz bañe los rostros de cada uno de sus ciudadanos y a los miles y miles de visitantes que, expresándose en idiomas de todos los ecos, recorren en pantalones cortos y sofisticados teléfonos en ristre, todos sus monumentos, rincones y mentideros.
Quienes han padecido en su piel el atroz mordisco de la tragedia tienen todo el derecho del mundo a mantenerla viva en el corazón porque su existencia tiene un antes y un después y muchos no quisieran siquiera seguir existiendo tras aquello, pero para una ciudad de cuatro millones de habitantes que se reinventa cada día, la necesidad es virtud y la necesidad dice que  no es bueno seguir cultivando sombras. Hoy la estación de Atocha vomita viajeros en masa y con prisas como si manaran  de un gigantesco grifo y en el bosque  del Retiro que se plantó en conmemoración del atentado y en memoria de las víctimas los árboles languidecen  deteriorados y secos hasta el punto de que el ayuntamiento capitalino ha tenido que pintarlos de verde para que aparezcan medianamente presentables durante la ceremonia conmemorativa. Hace trece años de la terrible tragedia y el proceso en los tribunales se cerró con unas condenas, las que fueran, aquí paz y después gloria.
Personalmente pienso que la parte más débil de este episodio dantesco es precisamente la resolución judicial del proceso. Ni los resultados de la investigación, ni la designación de los encartados, ni las sentencias que aplicaron los tribunales, ni por supuesto sus condenas, responden en absoluto a los hechos y existen tantas zonas oscuras en todo ello que más vale olvidarlas para no hacerse mala sangre. Van trece años del 11-M y otra generación está tomando los destinos del país.
Dejémoslo estar.
 

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