Opinión

Las tragicomedias nos invaden

Con esta tragedia cómica a la que nos está obligando el mesiánico y homófobo sujeto que la mayoría independentista ha colocado en la presidencia de la Generalitat -sus escritos atroces, trufados de apolillado fascismo, le convertirían en un apestado en cualquier democracia occidental- nos hemos olvidado de reflexionar sobre el festival de Eurovisión y la terrorífica canción que lo ha ganado. Si la liturgia política estadounidense proclama que cualquiera puede ser presidente de su país y la prueba más evidente de que tal declaración es cierta la encarna el ciudadano que se sienta ahora en el despacho oval de la Casa Blanca, no debe ser menos cierto que cualquier canción puede ganar el festival de la canción de las televisiones europeas incluyendo la de un país que no pertenece a esa clasificación porque ni siquiera pertenece a Europa. El bodrio que triunfó en la noche del 12 al 13 de mayo con interpretación de una especie de diva operística juvenil haciendo gorgoritos e imitando a una gallina ponedora, es una de las peores canciones presentadas en el certamen de Eurovisión a lo largo de su historia solo comparable a aquel bondadoso actor cómico catalán al que le abocaron a hacer el payaso incorporando el ignominioso papel de Robert Chikilicuatre. El vencedor de la edición anterior, el músico y cantante Salvador Sobral no tuvo reparo alguno en calificar la canción israelita como “horrible”, y su penitencia consistió en cumplir con el trámite entregando el trofeo a su sucesora la intérprete de semejante engendro. Sobral, músico de excelente formación, multi instrumentista, cantor de voz pausada y elegante, tiene toda la razón y más, comparando semejante pesadilla con la tónica general de un concurso al que se presentaron algunas propuestas de cierta entidad con conexiones muy concretas a tendencias actuales -mi apuesta personal por Holanda, Austria, Suecia e Italia resultó como viene siendo norma año tras año, un verdadero fracaso- pero la audiencia del certamen emitió su veredicto y eligió sin el menor pudor, un perfecto disparate.
Si el inquietante Quim Torra recuerda en sus feroces juicios sobre los españoles a los desatinos escritos por Sabino Arana sobre la misma materia publicados hace casi siglo y medio, la cantante Netta está muy próxima al disloque de algunas participaciones escalonadas con los años que han bordeado la neurastenia y que pocas veces pasaron de anécdota en Eurovisión. Lo malo es que en este mundo de locos que nos toca este año, uno es presidente y la otra ha ganado.

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