Opinión

Topar con el clero

Le decía don Alonso Quijano a su compañero de fatigas aquello de “con la Iglesia hemos topado, Sancho amigo”. Lo decía y con razón, hasta el punto de que muchos siguieron el consejo y lo interpretaron en función de las exigencias de las situaciones en las que se produjeron esas alternativas. De hecho, Carlos III –un rey de misa y comunión diaria y con una legión de confesores formando parte de su círculo más próximo y digno de confianza- expulsó de su territorio a los jesuitas y no paró hasta que el Papa de Roma los declaró  ilegales. Durante la primera guerra carlista y sabiendo como se las gastaban los curas vascos volcados en cuerpo y alma con la causa apostólica, Espartero los fusilaba primero y preguntaba después desde que supo que servían de correos a las huestes del pretendiente y escondía la documentación debajo de las sotanas. Don Francisco de Quevedo perseguía curas con su estoque porque no los podía ver ni en pintura a pesar de los riesgos que aquello entrañaba, y Lope tomó los manteos ya de viejo pero siguió asaltando camas de bellas feligresas hasta que el cuerpo no le dio para más. Y tras la feliz ruptura  de la Ilustración imponiendo la razón a la fe, hay toda una persistente tradición anticlerical en nuestros más brillantes autores de finales del XIX y principios del XX que incluye a Ganivet, Baroja, Galdós, Unamuno, Ortega y tanto otros, hasta el punto de que es más sencillo enumerar a los que les eran proclives.
Lo digo ahora porque no creo que exista peor entremetimiento ni mensaje más sibilino y ambiguo que el que transmiten las entidades religiosas cuando deciden intervenir en política. Ocurrió con el clero vasco durante los años de plomo de ETA en el que sus obispos decían pero no decían, hablaban pero no hablaban, culebreaban entre conceptos tan opacos como ellos mismos. La verdad es que el clero vasco nunca condenó la barbarie etarra de manera explícita, los curas vascos desaparecieron a la hora de pronunciar responsos por el eterno descanso de las víctimas del terrorismo, y jamás pidieron perdón por ello. Ni un cura vasco puede contabilizarse entre esas víctimas.
Ahora le toca el turno a los curas catalanes y estamos en lo mismo. No conviene olvidar que Pujol fundó su partido bajó las bóvedas de Montserrat y que tanto él como su señora procedían de Acción Católica. Por tanto, y para ir concluyendo, se podría decir sin  rizar el rizo que el nacionalismo nuestro nació en las sacristías. El carlismo hizo capitana general de sus ejércitos a la Virgen Santísima. Pues seguimos igual.

Te puede interesar