Opinión

Dos tontos muy tontos

El contenido de las declaraciones efectuadas por los dos presidente de la antigua Caja Madrid y Bankia al juez que instruye el caso de las tarjetas opacas otorgadas por la entidad a una buena parte de sus directivos, tiene la virtud de dejarnos a todos atónitos porque esa triste condición de besugos ignorantes que tanto Miguel Blesa como Rodrigo Rato han elegido para defenderse de lo indefendible ahonda más en su indignidad, aunque pueda quizá liberarles de su delito. Si aquellas partes de sus confesiones que han saltado a las páginas de los medios informativos son ciertas, tanto el uno como el otro han preferido pasar mejor por idiotas que por defraudadores, pero no han podido disimular de ningún modo su desfachatez, ese argumento de raigambre ética y por el que la sociedad desea pedirle cuentas a ambos con independencia de aquellas que les soliciten los tribunales de Justicia.
Ignorar el alcance de sus comportamientos manejando una tarjeta de fondos ilimitados sin control y no sujeta a tributación, culpabilizando de ello a aquellos que se la entregaron, no es propio de dos personajes con una formación económica y financiera deslumbrante como la que ambos ostentan. Pensar que un inspector de Hacienda como Miguel Blesa, que ha ocupado cargos de plena responsabilidad en gabinetes técnicos, gobiernos autonómicos y cúpulas ministeriales, no sabe nada de política tributaria y suponer que un ex ministro de Economía y ex presidente del Fondo Monetario Internacional como Rato es un ignorante en esas materias conduce por desgracia a dos hipótesis a cuál más desoladora. Si su ignorancia es cierta, los cargos más importantes del organigrama administrativo se distribuyen entre los más incompetentes. Si es falsa, se otorgan a los más indecentes. Blesa y Rato, para los que el juez ha solicitado fianzas multimillonarias, vaciaron literalmente sus tarjetas de dinero propiedad de todos sus ahorradores durante mucho tiempo. Pero se cebaron sobre todo cuando la empresa que gobernaban había sumado tales pérdidas que el Estado hubo de reflotarla con fortunas de capital público.
Los dos tontos muy tontos y el resto de los barbianes que usaron esta bicoca son, simplemente, el colmo de indignidad y la vergüenza.

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