Opinión

Teoría del buen gobierno

Este fin de semana, han aprovechado los partidos políticos para ponerse a bien con ellos mismos, apelando a una práctica quizá manida pero razonablemente operativa cuando de lo que se trata es de bajar el fuego  del caldo y dejarlo reposar para que la olla no rebase. Lo han hecho, en diferentes facetas de su propio código de subsistencia, Ciudadanos, Podemos y sobre todo, el PSOE.
Los socialistas lo han intentado especialmente en esas jornadas especialistas en buen gobierno para las que la clase dirigente del partido ha tratado de atraer a viejas glorias que ofrezcan la imagen pausada y libre de tensión que la causa necesita. Por un estrado que parecía el túnel del tiempo han desfilado Solana, Enrique Barón, Joaquín Almunia y otros tantos rostros históricos encargados de ofrecer charlas pródigas en consejos con la consigna de ofrecer una imagen de reconciliación y sentido de Estado a partes iguales de la que el PSOE actual está, para su mucha desgracia, completamente carente. Los ponentes son gente de vuelta que se han curtido en cargos de notable trascendencia fuera del país y que han logrado, merced al desempeño de estas altas responsabilidades, una experiencia directamente conectada con la grandeza de miras y el conocimiento profundo de otras realidades. Todos han tratado de aquietar las aguas y ofrecer  un escenario de bonanza, y eso que Javier Solana ya  apunto, como paso previo a su intervención, que no le gustaba nada lo que estaba viendo y que el comportamiento de su partido en el debate sobre la prisión revisable le había puesto un cuerpo malísimo. Almunia, por ejemplo, ha basado su intervención en el estudio de las razones que han puesto a la socialdemocracia contra las cuerdas prácticamente en toda Europa, una corriente de comportamiento alarmante en todo el continente a la que no es ajeno nuestro país. Pedro Sánchez tiene en este momento una representación parlamentara que apenas supera el 20% de los sufragios y no ha hecho otra cosa que perder batallas desde que consiguió hacerse dueño de un partido con graves problemas que, con su presencia, se han ido acrecentando paulatinamente sin que se advirtiera  posibilidad de recuperación alguna. Las encuestas otorgan a Sánchez un resultado aún peor del que le ofreció su menguada presencia en la cámara.  Pero Sánchez no se entera o no quiere enterarse. La Escuela del Gobierno  no ha servido para gran cosa. Si acaso, para demostrar que Susana Díaz sigue mostrándose crítica  y profundamente descontenta. Si Sánchez no quiere enterarse no es su problema.  Es problema de todos.

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