Opinión

Tarde como siempre

Todos los veranos tienen un personaje estrella y para mí que, desgraciadamente, el que  acapara la actualidad de estos meses es Nicolás Maduro, criatura  extraída de un drama cómico aunque bien poco tienen de cómico los casi cien muertos que este sujeto soporta a su espalda. Maduro es, en efecto, una figura que viene del reparto de un sainete y sus actitudes cumplen sobradamente con los estereotipos de género.  Incontinente y falsamente gracioso, paternal e iracundo, acude a los gestos grandes para trasmitir sus postulados y está lleno de tics, de manías, de frases hechas, de incultura y de tópicos. Su discurso es el de una criatura  de pocas luces y menos años, y sus fragilidades son tantas que no solo las conocen al dedillo sus enemigos, sino que también se las conocen sobradamente los que dicen ser sus amigos aquellos que,  llegado el momento, o bien se darán a la fuga o bien se cambiarán bonitamente de bando y si te visto no me acuerdo. A este sujeto  le espera un futuro muy negro si no es lo suficientemente listo para escaparse antes de que el terreno de juego se ponga impracticable. Probablemente esa situación la tendrá al menos calculada y habrá abierto algunas líneas de escape. Eso se le ocurre incluso a Maduro. Y si no se le ocurre a él, siempre está el pajarito en el que se ha encarnado el  comandante Chávez que le visita por la mañana y que habrá tenido la delicadeza de explicárselo. “Pío, pío, Nicolás. En cuanto los milicos se te pongan bravos sales pitando al país donde te han abierto la cuenta. Pero no te despistes y te largues a otro…”
Como ocurre con cierta frecuencia, la comunidad internacional ha tardado demasiado tiempo en percatarse de la gravedad de este individuo y aunque ha reaccionado, lo ha hecho ya a toro pasado. La comunidad internacional, y especialmente la latinoamericana, ha permitido el sufrimiento y la tortura de sus rivales políticos, la persecución y el crimen. Ha tragado sin inmutarse el cambio indiscriminado de legislación en el país para que Maduro y sus colaboradores traten de perpetuarse, ha permitido la existencia de presos  políticos en las cárceles venezolanas, el silenciamiento de los medios de comunicación discordantes, el insulto y el  desafío de un hombre sin principios que ha sumido en la ruina a uno de los países potencialmente más ricos de la América Latina. Me pregunto qué argumentos puede esgrimir ahora esas instituciones para explicar su torpe y tardía respuesta cuando el mal está ya tan avanzado y la nación se encamina a un conflicto armado. Tendrán que explicarlo.  

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