Opinión

Sin perdón

El fulminante triunfo de Garbiñe Muguruza en las peladas pistas de hierba de Wimbledon propone un recurrente debate sobre el impacto que los triunfos de nuestros deportistas ejercen sobre este país nuestro tan inestable y probablemente tan injusto con el hoy y el mañana de nuestro firmamento deportivo. Garbiñe Muguruza, una tenista de estirpe venezolana y aspecto impresionante, ha coronado una verdadera hazaña que una gran parte de la sociedad española celebra en estos momentos con una explosión de puro júbilo como corresponde a una victoria que trasciende de nuestras fronteras y se caracteriza además por la sorpresa. La jugadora estaba cumpliendo una temporada de lo más irregular caracterizada por los dientes de sierra. Sus últimas actuaciones fueron decepcionantes y este expeditivo resultado nada menos que ante la divinidad que representa Serena Williams nos ha pillado al que más y al que menos con los rulos puestos. Esperar un definitivo 6-0 no lo esperaba seguramente ni el papá de la tenista. Se ha producido y Muguruza ha entrado en  la historia. Sus piernas interminables han dibujado encaje de bolillos en la famosa pista central de Wimbledon donde solo llegan los elegidos. Garbiñe está por tanto lista para  que este pueblo español del que ella misma ha elegido formar parte la glorifique hasta que un proximo tropezón  sirva para que los mismos que hoy la adoran  mañana la despedacen viva.
Los casos de deportistas españoles que un día son santos y una semana después son malditos es tan larga y nutrida como lo es en amores y desamores la trayectoria de este país  tan aficionado y tan dado al maldistismo. En los mismos días en los que Garbiñe ha ido salvando obstáculo tras obstáculo hasta plantarse en la final del Open británico y ganarlo con una efectividad que da miedo, a Alberto Contador apenas quiere ya verlo nadie porque el Tour ha podido con él. El comentario general es que el pinteño está acabado y no hay más que hablar sea cual sea su expediente deportivo. También estuvo acabado Rafa Nadal, milagrosamente renacido de sus cenizas demostrando de lo que es capaz de una fuerza de voluntad indomable por encima de todas las dificultades posiblee incluso las imposibles.
Este es nuestro destino y así somos nosotros, incapaces de respetar a los nuestros a losq ue,por defecto, no se les perdona una y a los que se entierra todavía vivos. Pertenecer a esta raza cruel que nunca perdona es un drama al que para nuestra suerta y desgracia, ya estamos hechos. Y el que no lo esté va listo.

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