Opinión

Las series buenas y malas

Como quiera que no solo de la especulación política vive el hombre y como quiera que yo de esa misma especulación estoy hasta el güito, he dado en distraerme por otras latitudes y que los que pelean por una silla en la Moncloa se las arreglen como mejor sepan y ya veremos luego. La conclusión más prudente de este perpetuo sin vivir es que de muy poco va a valer lo que uno personalmente opine, y por eso más vale no obsesionarse y que salga el sol por Antequera que diría un castizo.
De hecho, a mí me ha dado por distraerme y revisar la serie “Curro Jiménez” desde el primero hasta el último capítulo. En pequeñas dosis para no atracarme y perderle el gusto, pero con mucha paciencia y con mucho cariño porque se lo merece. La serie brotó de la pluma de un excelente escritor, el dramaturgo uruguayo Antón Larreta, quien dejó su país por motivos políticos, llegó a España y cuando su amigo Sancho Gracia le involucró en su proyecto, Larreta no sabía una palabra de bandoleros de Sierra Morena, ni de Fernando VII o la invasión francesa. Ni de los afrancesados, el absolutismo, el exilio y los héroes silenciosos que redactaron la Pepa. 
Pero como estupendo escritor y persona seria y honesta, lo que hizo fue enterarse. Se documentó al máximo y escribió unos guiones rigurosos, honrados, ágiles y espléndidos. Unos guiones históricamente irreprochables que reflejaron con una notable propiedad la España de 1812, con los patriotas liberales cercados en Cádiz y los gabachos como ejército de ocupación por mandato de Napoleón para guardarle el trono a su hermano Pepe Botella. El resultado fue simplemente un éxito. Conseguido en la España de la Transición, manejaba la serie conceptos aún nuevos para la época. La libertad, la dignidad, el valor, la lucha contra la opresión, la identidad popular…
“Curro Jiménez” es un ejemplo y en él deberían mirarse series actuales como la calamitosa “Águila Roja” en la que no se pueden cometer más disparates históricos en menos tiempo. Ni fechas, ni costumbres, ni lenguaje, ni personajes, ni hechos… Ni siquiera el vestuario da una a derechas. Y mira que sería fácil. A los ambientadores les bastaría con pasar una mañana en el museo del  Prado viendo a Velázquez. Así de sencillo. En suma, una vergüenza.

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