Opinión

Sentencia bondadosa

Artur Mas, como presidente del Gobierno autónomo, su entonces vicepresidenta Joana Ortega  y quien desempeñaba la cartera de Educación en aquel Gobierno, la hoy diputada autonómica Irene Rigaud, han sido condenados por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña a penas de inhabilitación para ejercer cargo público que en el caso del primero se extiende a dos años mientras se condena a Ortega a veintiún meses y a Rigaud a dieciocho. Si bien cabe recurso contra la sentencia, ninguno de los tres podrá aplazar su inhabilitación  mientras la apelación se resuelve y por el momento ninguno de los tres puede ser candidato a nada,  e incluso a Rigaud se le retirará el acta de parlamentaria autonómica como medida cautelar.
En mi opinión, a los tres condenados esta desenfrenada carrera hacia la secesión jalonada por la convocatoria de un referéndum de independencia ilegal por completo desde el punto de vista constitucional, les ha salido barata incluso en el caso improbable pero no imposible de que el recurso agrave sus penas. Esta loca carrera sin respaldo legal ni tino hacia la independencia de Cataluña nace, que yo recuerde, en 2012 cuando José Luis Rodríguez Zapatero comete el disparate histórico que es madre de todas las posteriores batallas. Afirma públicamente que lo que acuerde el Parlamento de Cataluña él lo refrendará en Madrid y de este modo abre la puerta de par en par a un proceso de autodeterminación que cubre etapas de espaldas al orden jurídico común hasta la convocatoria de una caricatura de comicios que los nacionalistas deciden bautizar como consulta.
El tribunal ha  dictado sentencia pero ha procurado castigar poco. De hecho, la bondad de las condenas  es precisamente producto de una decisión del propio tribunal que reconoce que Mas convocó esta consulta de forma ilegal pero sorprendentemente  determina que no tuvo intención de hacerlo, lo que le salva de cometer un delito de prevaricación que habría merecido una condena mucho más severa –hasta diez años- y convierte las penas en un prudente y políticamente correcto depósito entre dos aguas que es en verdad muy poca cosa y resuelve de puntillas una situación que dista mucho de estar resuelta. Conviene recordar que el propio Mas llevaba el día  de autos una pegatina en la solapa que decía: “Ho tornaría a fer”. De modo que sí sabía de lo que se trataba. El TSC sin embargo no pareció enterarse.

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