Opinión

Un respiro

La negativa a la separación ha ganado en Escocia por un margen mucho amplio del que suponían las encuestas, -algunas pronosticaron el triunfo independentista- y Europa ha respirado profundamente aliviada después de un mes en vela calibrando las consecuencias de un proceso disparatado en el que cuatro millones de escoceses dictaban la suerte del continente. Sospecho que la UE le pasará minuta a David Cameron de este soponcio y al primer ministro no le habrán quedado ganas de más experimentos pues, a pesar del ganar, se verá obligado a cumplir promesas formuladas en campaña desde Londres que elevaban el techo de competencias y de inversiones para los escoceses.
Como nosotros somos un país tan aficionado a la comedia, no había otra opereta mejor que esa convocatoria de los representantes nacionalistas en el Congreso a los medios delante de una bandera escocesa y siguiendo el patrón ya adoptado por Cataluña desde los tiempos en que Carlos II el Hechizado se murió sin sucesión. Es decir, la apuesta entusiasta por la opción perdedora, una costumbre sumamente arraigada en el nacionalismo que algunos diarios se han apresurado a reflejar incluso en su primera página otorgando trascendencia a un espectáculo delirante. Y engañoso además. Ya quisiera Escocia contar con las mismas competencias, la misma libertad y las mismas cotas de autogobierno y financiación que aquellas con las que cuenta ahora mismo Cataluña. De hecho, ni Cataluña, ni Euskadi ni ninguno de los defensores del independentismo reunidos al amor de la bandera de la cruz de Saint Andrews quieren oír hablar una palabra sobre gobierno y estado federal. Todos ellos y especialmente Cataluña, perdería la camisa con el cambio.
Al final y como parece acertado suponer, las encuestas no han sido capaces de reflejar el temor de los votantes a perder económicamente con la separación, a marginarse y a arriesgarse a una fuga en masa de los argumentos financieros en busca de otros territorios más favorables. La cuenta que debía pagar una Escocia independiente disuade a aquellos que reflexionan prudentemente sobre este hecho que nada tiene que ver ni con sir Walter Scott ni con William Wallace. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

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