Opinión

Premiar la excelencia

Del mismo modo que el tejido ético del país está por el momento desgarrado y tardará años en zurcirse, hay excepciones capaces de arrojar algo de luz con la que iluminar un panorama entregado al desenfreno inmoral y sumido en el más triste y dramático de los marasmos de conciencia. No soy monárquico ni lo fui nunca, pero reconozco, sinceramente satisfecho, que el rey Felipe ha dotado de un nuevo aire esta institución, encarnando el carácter de un monarca joven, formado, cercano, serio, y solidario como ha demostrado en la ceremonia de entrega de los Premios Anuales Príncipe de Asturias, una de esas islas de dignidad y prestancia que nos quedan y que se sobreponen a un paisaje gélido y arrasado.
Están estos premios, afortunadamente libres de la contaminación de políticas partidistas, garantizados por la razón y la solvencia de jurados justos hijos ejemplares de don Gaspar de Jovellanos, y son galardones capaces de reconocer las mejores virtudes del ser humano, ejemplares en la elección de personas y obras caracterizadas por defender causas justas y ayudar a sus semejantes. Premian merecidamente a seres que viven y actúan en la excelencia.
No creo que en un marco como el que determina los derechos y obligaciones de la Monarquía constitucional en la España del siglo XXI sea extraordinariamente complicado ser un buen rey como interpreto que tampoco debería ser complicado ser un buen presidente de República si es que toca. Basta con ser una persona prudente, sensata, honrada y razonable, virtudes que por otra parte deberían ser exigibles a todo aquel que administre caudales públicos.
Tanto un monarca moderno como el máximo responsable de una fórmula republicana en sintonía con este siglo XXI que nos ampara, deben estar preparados para defender prácticamente lo mismo y cumplir con deberes prácticamente iguales. Lejos están por tanto las caducas monarquías de modales decimonónicos, tiesos e inútiles. Y lejos está también la desastrosa incompetencia de un olvidable y aún reciente periodo republicano. Ambas opciones no trajeron más que desgracias. Por eso, la ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias ha dejado traslucir la figura de un rey actual, implicado y sincero, muy seguro del ideario que defiende y del que se conseguiría hacer también un buen presidente republicano. Estamos en tiempos nuevos y eso se nota.

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