Opinión

Política control

Es verdad que la ministra de Justicia puede cesar al abogado del Estado que se negó a aceptar la imposición del Gobierno a la hora de calificar el delito por el que va imputar a los acusados del “proces”. La Abogacía del Estado es el departamento encargado de representar a la Administración en cualquier causa jurídica que le afecte y, por tanto, establezcamos para tratar de entendernos, que el Gobierno es su cliente. Los defensores de la defenestración fulminante del máximo responsable del Departamento Penal de dicha instancia, argumentan que esté o no esté en lo cierto el Gobierno al imponer que a los presos independentistas no se les juzgue por rebelión y malversación como solicita la Fiscalía, lo que no puede es soportar que su representante jurídico en el procedimiento acuda en contra de esa tesis. Edmundo Bal, al que la ministra Delgado acaba de despedir con carácter fulminante, no compartía los argumentos gubernamentales y por tanto estaba sentenciado, especialmente en una situación de control absoluto de todas las áreas de gestión a las que puede acceder que se ha planteado el PSOE de Sánchez, desde el CIS a RTVE y todo lo que se mueva y pueda ser utilizado y controlado.
El problema es que pueda producirse una situación así, y una ministra con los hábitos manejadores que ha puesto de manifiesto en cada acción la de  Justicia, esté facultada para cesar a un profesional de probada experiencia, capacidad, lealtad y veinte años de servicio –ha desempeñado  esta jefatura con puesto a Aznar, a Zapatero y a Rajoy- sin que pase nada. En realidad, a Dolores  Delgado la han reprobado ya tres veces pero esa situación no parece amedrentarla ni frenar sus desmanes.
La destitución de Edmundo Bal es una muestra más de un modo de Gobernar que personalmente detesto y que he criticado con toda severidad en cualquier situación en la que se ha producido sin considerar cuál es el color político de los que lo acometen. No hay respeto institucional ni compromiso con la libertad en esa costumbre sino una feroz ambición por imponerse a la trágala y silenciar cualquier atisbo de disidencia. 

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