Opinión

Lo que pide el cuerpo

La irrupción de Pedro Sánchez en el ruedo político, una entrada con aire de espectáculo adornado de la pulsión estética que otorga el acento veraniego, ha tenido la virtud de mostrar a un líder joven, animoso y bien dicho, pero también nos ha mostrado el envés de un personaje político que no acaba de ganarse a su gente y que ha ofrecido muestras muy inquietantes en una estrategia que parece definirse a fuerza de espasmos quizá por cuestión de temperamento. Lo menos aconsejable en estos delicados momentos en los que el PSOE se está jugando su futuro es actuar por impulsos, y este joven y nuevo valor emergente de la izquierda europea se muestra peligrosamente inclinado a la trivialidad, olvidando la materia de la que está hecha la política con mayúsculas, un recipiente en el que la proyección europea es, sin apenas dudarlo, un argumento de primera línea. 
De no ser así, no se explica ese comentario desgarrado y fieramente demagógico que critica a Rajoy por aprovechar el hueco que están dejando por defecto la italiana convulsa y la Francia cainita, para arrimarse a Merkel y buscar acomodo a de Guindos y Cañete, una apuesta que el nuevo líder socialista sabe que contribuirá a recuperar el descabalado rol que estaba ejerciendo España en la comunidad internacional y que nada tiene que ver con mejorar las ofertas de empleo.
Sánchez ya cometió un primer desliz nada más sentarse en Ferraz quebrando el acuerdo de base establecido por Gobierno y oposición que respaldaba a Jean Claude Juncker, y ha vuelto a caer en el mismo error tras la visita de Merkel a España confundiendo su rango de jefe de una oposición que todavía no ha consolidado en las urnas, con el calentón de un hincha que no piensa en las consecuencias de sus propias aficiones. Seguramente a Sánchez le pide el cuerpo no entenderse con la canciller de Alemania pero la razón le dicta que es imprescindible hacerlo. Seguramente sus cariños no están por De Guindos, pero el pragmatismo dicta que hay que plegarse a las circunstancias. Y más aún ahora que todo el tenderete efectista y utópico de Hollande se le ha derrumbado en la cabeza y la Francia grande de siempre se ve obligada a reconocer que no hay dinero que pueda pagarla y que Hollande vendía humo. Valls al menos lo sabe aunque le cueste crisis tras crisis.

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