Opinión

La penitencia de posgraduados

La veda se ha abierto y se ha dispuesto a permitir la zambullida popular en los antecedentes académicos de los políticos que nos gobiernan. Alguien abrió con Cifuentes la caja de los truenos y la ya antigua presidenta de la Comunidad de Madrid no tuvo más remedio que claudicar ante la contundencia de los argumentos esgrimidos por un periódico virtual que acabaron acorralándola,  desmontando su defensa y obligándola a presentar su renuncia. Pero esta primera captura –que lo era de caza mayor indudablemente- no solo no detuvo el deseo sino que, como era previsible, abrió la veda. La política española actual se sustancia en un permanente deseo, de tumbar al adversario y se nutre de frustraciones y deseos de venganza a partes iguales. En este caso, la fragilidad de la clase política, el marco insultante creado por unas universidades que han trajinado con favores y privilegios y la propia banalidad de este tipo de títulos académicos cuya materia es a veces consustancial con la nada, ha producido otra víctima nueva. Carmen Montón ha seguido el camino de Cristina Cifuentes con las dudas generadas por Pablo Casado y su propio expediente como telón de fondo. El de la ex ministra de Sanidad es un  caso casi calcado al de la presidenta madrileña.
Otra cosa, sin embargo, es la tesis doctoral del presidente Sánchez. Ambas situaciones no se parecen en nada salvo en las sospechas irrefrenables que suscitan. Para empezar, la “Camilo José Cela” ha sustituido a la “Rey Juan Carlos” en la adjudicación de titulaciones sospechosas. Pero sobre todo, el trabajo de Sánchez cuestionado es su tesis doctoral. Y no porque pudiera haber sido plagiada aunque la sensación general es que esta tesis es un saco sin fondo en el que ha ido entrando todo incluyendo la ayuda de unos amigos, y toda la información captada en los lugares más insospechados. Pero la tesis es un trabajo de investigación propio, y lo que en realidad cuestionan los que cuestionan la actividad de Sánchez es el conjunto de condiciones en las que se ha desarrollado. La posibilidad de que desde Ferraz se recomendara al joven ponente, la designación de un tribunal amigo, la propia simpleza de su texto, el excesivo premio “cum laude” que mereció el trabajo y, finalmente, la negativa de Sánchez a hacerla pública hasta que no hubo remedio. Todo suma para restar. Todo huele raro.
 

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