Opinión

Operación Cambó II

Siempre que se plantea un problema con Cataluña –van muchos más de los que el ciudadano normal y corriente sospecha porque Cataluña fue por ejemplo carlista y consideró al rey Fernando VII como progresista en exceso- se especula con la posibilidad de aplicar una solución de emergencia que pivote en torno a un ciudadano capaz de hacer el papel de puente. Uno de los ejemplos más esclarecedores de esta repetida y no siempre feliz historia, fue la que protagonizó un político catalán y catalanista, de gustos refinados y talante indescifrable que se llamó Francesc Cambó al que el deseo del rey Alfonso XIII por incorporar  catalanes a su Gobierno como estrategia para limar diferencias le llevó a ocupar el ministerio de Fomento en uno de los gobiernos de Antonio Maura a pesar de pertenecer a un partido de carácter secesionista llamado la Lliga Regionalista que predicaba la emancipación de Cataluña. Cambó, que era dueño de una gran fortuna personal y poseía yate propio, acabó apoyado y financiando públicamente a Franco en una deriva delirante que ninguno de sus biógrafos ha conseguido esclarecer completamente.
En los mentideros de la capital se  alimenta a estas alturas un trasunto de la “operación Cambó” llamada para que nos vayamos identificando, “operación Borrell”, un plan de pacificación escalonado que propugna la necesidad de que todos los actores de este drama dimitan generosamente para formar un Gobierno de concentración integrado por los partidos constitucionalistas cuya cabeza visible sería precisamente el antiguo ministro quien, en efecto, lleva manifestándose  a favor del orden establecido y en contra de la independencia de Cataluña desde hace mucho tiempo manejando para ello demoledores argumentos. Borrell, como Cambó en su tiempo, es catalán y, al contrario del  abogado  muerto en  Buenos Aires en los años cuarenta donde se refugió por propia iniciativa, está entre nosotros muy participativo y en verdad adornado de cierto prestigio a pesar de las turbulencias de Abengoa que no le han hecho favor alguno.
La idea, especulada por ciertos profesionales del análisis político, suena a hueca y no tiene pinta alguna de imponerse por razones obvias. Ninguno de los responsables de los partidos constitucionalistas está dispuesto a defenestrarse voluntariamente para facilitar este pintoresco operativo. Ni sería bueno que lo hicieran. Es más que natural que, una vez reconducido el problema catalán, cada mochuelo a su olivo. Es decir, se reanuda la batalla por la Moncloa. Y el que más pueda… 

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