Opinión

La ocurrencia de las dos capitales

Dice un amigo mío que este país no tiene arreglo y estoy a punto de convencerme de que es verdad. El representante catalán de un partido tan serio, riguroso, sensato e imprescindible como el centenario PSOE que fundó don Pablo Iglesias, acaba de disparar al aire introduciendo en el debate el argumento de un país regido por un sistema federalista en el que la capital de la nación se designara compartida por Madrid y Barcelona. El disparate es muy sorprendente y también muy grande, pero sobre todo ofrece con meridiana claridad el grado de empanada mental que afecta en estos momentos a los habitantes de Ferraz y sus continuas e insensatas propuestas que brotan sin  rigor ni método según se dan forma en la cabeza de alguien. Pedro Sánchez está empeñado en cambiar la Constitución como sea y ahora aboga por modificar el artículo 135 que contribuyó a modificar a su vez Zapatero pactándolo con la oposición para fijar el techo de déficit que nos exigía la Unión Europea. ZP está que brama.
La teoría de la cocapitalidad de Madrid y Barcelona que se le ha ocurrido al líder socialista catalán es en efecto un perfecto dislate, y lo más doloroso es que brota de los labios de un distinguido miembro de una formación política que ha dado siempre muestras de prudencia y sentido común en los tratamientos relacionados con la unidad territorial, que ha contribuido siempre a su custodia y que defiende por definición la homogeneidad del sistema y los protocolos institucionales. Siguiendo el desvarío de Barcelona capital compartida con Madrid que propone el PSC, uno se pregunta por qué no Valencia, Sevilla, Bilbao, Santiago de Compostela, Zaragoza, Toledo, Valladolid o Palma de Mallorca. ¿Existe alguna razón para prohibir a cualquiera de estas ciudades u otras muchas en el territorio nacional que exijan lo que los socialistas de Cataluña en este caso demandan? Sospecho que no y supongo que el mismo derecho tiene cualquiera de ellas a albergar el Senado que una Barcelona que ya no sabe uno a qué juega y cuál quiere que sea su destino. Es como el Barça, que celebra con unción y entusiasmo la proclamación de su jugador estrella como máximo goleador histórico de la liga de un país al que no desea pertenecer. Me lo expliquen, vaya.

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