Opinión

No estamos locos

Episodios tan dramáticos como la muerte de la joven Diana Quer, cuyo cadáver los investigadores de la Guardia Civil encontraron tras un año y medio de búsqueda, en el fondo de un pozo al que les condujo el propio individuo al que todas las pruebas acusan de su secuestro y muerte por estrangulación, tienen la virtud de sacudir las conciencias dormidas e iniciar un turno de debates en torno al suceso que suelen repetirse de manera contumaz. El relato de los hechos -reconstruidos casi en su totalidad en las páginas dominicales de “El Mundo” por un experto en la materia como es el escritor Lorenzo Silva- producen evidente desasosiego y nos ofrecen el retrato de un sujeto lleno de contradicciones muy hábil sin embargo para manejar los turbios asuntos de familia cuyo relato parecen responder a un contrasentido capaz de dejar  muchos de nosotros por completo estupefactos. Pero el conocimiento de que raptó a una cuñada -gemela además de su mujer- a punta de navaja para violarla más tarde en un descampado siendo ella menor de edad, además de invitarnos a considerar inexplicable el comportamiento de un entorno familiar capaz de contribuir a crear una falsa coartada que le ha mantenido protegido durante un año hasta que el juez decidió archivar el caso de forma provisional por falta de pruebas, nos propone uno de los muchos y eternos debates que brotan de momentos como este crimen  recién resuelto. Es decir, si el autor de este crimen atroz, como otros muchos asesinos que han cometido delitos de la misma especie, pueden ser considerados enfermos. Si Abuin es un asesino trastornado o si por el contrario es un sujeto con sus facultades mentales normalizadas al que le da por atacar mujeres para violarlas, estrangulando de paso a la que se le resiste.
Acabo de leer un estudio elaborado por un psicópata forense en el que se delimitan las características de un enfermo mental y las de un asesino. Y desde luego, el autor, Robert Hare profesor emérito de Psicología Forense en la Universidad de Vancouver, demuestra que un psicópata no es un enfermo mental del mismo modo que un enfermo mental no es, al menos por principio, un asesino. Y es que el psicópata no pierde en ningún momento el contacto con la realidad y tiene cabales suficientes como para planificar sus ataques, esconder las pruebas, despistar a sus perseguidores y buscarse coartadas. Justo el comportamiento del detenido, locuaz, pagado de si mismo y condenadamente listo. De loco sospecho que tiene poco.

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