Opinión

Nadie es más que nadie

Va siendo hora de que esta columna se ocupe de otras cuestiones que las que amenazan desde ese proceso ilegal y enloquecido, que llegan de la Cataluña absurda en la que los políticos que allí gobiernan la han convertido, y que estoy seguro recibirán el adecuado tratamiento fiscal y penal al que se ha hecho acreedor este plan de desconexión que no es otra cosa que un incalificable acto de rebeldía. Para desgracia de aquellos que tratan de colocar al país y sus instituciones en una situación límite, la verdad del caso es que ese mismo país al que los independentistas tratan de poner cerco busca constantes y domésticas salidas actuando como siempre y otorgando a este disparate la importancia que en verdad tiene y que en definitiva es mínima. Los agresores suponen que su causa es mundial y han decidido dividir el mundo en ellos y todos los demás considerando su empeño como el asunto más importante de todos los  habidos. La realidad es otra y todo sigue su curso equilibrado y tranquilo con el pueblo español ganándose la vida cada día, disfrutando de sus genes excelentes cada minuto, regalando su cariño a quien lo merece y relacionándose en cada lugar y cada circunstancia con esa bendita vocación por lo hermoso que le ha caracterizado desde los tiempos de sus inicios. El pueblo español es alegre, divertido, inteligente, sensato, hondo, sentimental, valeroso, solidario, comprometido, sereno, vehemente, decidido, intuitivo, cabezón, tenaz, curioso, ecléctico, simpático y místico y todos nosotros, procedamos de donde procedamos somos un poco de todo ello. Somos Goya y Santa Teresa, Juan Belmonte y Federico, María Zambrano, Zarra e Iñigo de Loyola, Cervantes y Severo Ochoa, Ortega, Velázquez, Servet, Azaña, Concha Piquer o Blas de Lezo… Y nadie es más que nadie. Tampoco es menos, eso desde luego.
Así que, la filosofía independentista es tan absurda como ficticia y tan mentirosa como imposible y mientras aquellos que sustentan esos estúpidos razonamientos comienzan a sospechar que esta broma va a salirles por un pico, los demás vamos sin más a vibrar con lo cotidiano, a contemplar el horizonte que es de todos, a cantar canciones de los Beatles con la guitarra y a cenar a restaurantes con los amigos. En los restaurantes, nos ponen el pescado crudo y nos miran con cierta sorna si pedimos que s lo cocinen porque el método japonés está de moda. Los viejos, que no hemos sabido de tatakis, ceviches, sashimis y tiraditos hasta hace unos días, pedimos por favor que le den una vuelta en la sartén. La gente, y esa es muy buena señal, se ríe comprensiva. Humor nos sobra.
 

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