Opinión

Mundos antagónicos

El faraduleo no acaba de llevarse bien con el universo del intelecto, y las cónicas mundanas ya nos advierten de una primera crisis a la que ha de enfrentarse la reciente y famosa pareja formada por el Nóbel de Literatura, Mario Vargas Llosa, e Isabel Presley. Las informaciones proclaman que brotan incompatibilidades en las agendas de ambos y que, mientras el escritor se siente cada vez más incómodo en los multitudinarios compromisos sociales de su novia, ella ha puesto coto y ha decidido no acompañarle a los numerosos compromisos protocolarios, académicos o literarios a los que él es con frecuencia convidado y en los que ella se aburre mortalmente. Los espacios especializados advierten de esta amenazadora atonía y desgranan las situaciones que jalonan este último periodo de las relaciones de ambos, jornadas en las que, en el calendario de actividades que reclaman su presencia, ha aparecido cada uno por su lado. Vargas Llosa más solo que la una en los paraninfos y ámbitos clausúrales, e Isabel esbozando su perfecta sonrisa plagada de remiendos quirúrgicos en las presentaciones y foto-calls que no se pueden pasar sin ella y que procuran a la dama filipina un confortable modo de ganarse la vida tan estupendamente.
El viernes asistí complacido a la entrega de los premios Princesa de Asturias por la pantalla de la televisión y me pareció atisbar a Mario Vargas Llosa en solitario aunque no puedo jurarlo ni tampoco me parece de relevancia el hecho aunque así fuera, los comentaristas de la causa cardiaca van a hincarle los dientes a la ausencia y no van a soltar el hueso en toda la semana. El carácter anecdótico de este estar o no estar de Isabel Presley en la ceremonia me permite sin embargo reflexionar sobre la inconsistencia del escenario de insultante frivolidad en el que se mueve una parte de la sociedad española en la que habitan tantos moscones viviendo del cuento y haciendo gala de discursos majaderos llenos de incoherencia y vaciedad, en contraposición con la hermosa dignidad que preside estos galardones en los que se cita la gente de altura moral más admirable, más comprometida, profunda y generosa. 
Los dos mundos se llevan mal así que la crisis entre el intelectual y la socialité (como ahora se llama) no me extraña nada.

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