Opinión

Las miserias del arte

Tanto la historia del Arte como las de la Música o la Literatura están cuajadas de personajes fascinantes a los que les fue prohibido el reconocimiento en el tiempo que les toco vivir y que solo lo obtuvieron muchos años después de su fallecimiento cuando la gloria les traía ya sin cuidado. Son personajes infelices e injustamente ninguneados por sus coetáneos a los que sus múltiples habilidades para el desarrollo de su actividad artística no fueron suficiente argumento para que su propia época les respetara. El ejemplo paradigmático que resume la abundancia de existencias  doloridas y prematuramente truncadas es seguramente el de Vincent Van Gogh, el pintor holandés que no consiguió vender un cuadro en toda su vida y cuya cotización le colocan hoy a la cabeza de los artistas más admirados. Sus cuadros baten todos los registros  y se subastan por fortunas, pero su autor vivió  en la desventura, en la pobreza y en la depresión más absoluta.
 Van Gogh, un sujeto traumatizado y enfermo que se rebanó el lóbulo de su oreja tras una bronca alcohólica con Gauguin, pintó literalmente como una máquina –dicen que en sus últimos seis meses de vida pintó quinientos cuadros- y pobre y deprimido, harto de incomprensión y miseria acabó pegándose un tiro en el pecho y muriéndose en la cama de una pensión dos días después de haberse disparado sin haber cumplido los cuarenta años.
 Su caso no es el único ni mucho menos pero sí es posiblemente el más triste de todos y reflexiono yo sobre la desgraciada vida del pintor holandés mientras me entero de que crece en todo el mundo el deseo por contemplar la obra de Joaquín Sorolla al que le ocurrió al revés. Admirado en su tiempo y convertido en un personaje social de primera magnitud, por razones difíciles de explicar los tiempos que le siguieron no solo trataron de olvidarle  sino que le hurtaron sin motivo alguno todos sus méritos, algo parecido a lo que le ocurrió al escritor vigués Luis Taboada que pasó de la gloria al olvido en menos de un año y del que nadie se acuerda hoy a pesar de ser uno de los personajes más populares y queridos de la España de la segunda mitad del siglo XIX.
Las profesiones relacionadas con el arte y la expresión que necesitan de un público que las sustente tienen más incógnitas que una película de chinos. Su grandeza es inmensa pero su miseria es mucho más miserable.

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