Opinión

Los planos del debate

Paseando por las calles del viejo país y entablando conversación con algunas de sus gentes, llego a la conclusión de que la sociedad española está menos fragmentada de lo que dicen sus políticos y nos llevamos mejor los unos con los otros de lo que refleja un Parlamento que anda siempre a la greña, lo que irremediablemente me conduce a la conclusión de que los que nos representan tanto en el Hemiciclo como en el Senado como en otras instituciones, han tomado el camino de dramatizar que es un camino que tiene sus ventajas a la hora de construir el discurso político, establecer las diferencias y disfrutar del minuto de oro en los medios de comunicación, pero que tiene sin duda y al mismo tiempo consecuencias muy malas para la normal y natural convivencia de los administrados. Viajamos de la mano de un Congreso que cementa todo su actividad en la batalla dialéctica a la bayoneta calada poniendo énfasis  especial en la batalla pura y desnuda, sin comprender quizá que el pueblo es, paradójicamente, más morigerado. Que va a lo suyo, que tiene otras cosas más próximas para preocuparse que las agarradas políticas de escaño a escaño. Que apenas entiende lo que le dicen y que lo que preocupa es salir adelante cada jornada. Ocurre con cierta frecuencia eso de que por las alturas el debate tenga otros contenidos que los que se plantean a la altura de la clase de tropa. El debate es más brillante y tiene  más impacto dicho con el lenguaje de las clases dirigentes pero es mucho más real el que se cruza en el super, en la parada del autobús o en la peluquería.
La idea no es mía y observo que muchos comentaristas políticos han dado en caer en ello, el último Antonio Muñoz Molina en una entrevista recientemente publicada en un diario de tirada nacional en cuyas  respuestas coincide conmigo, dicho sea con todo el respeto y sin la menor petulancia. Ayer apareció la mañana enardecida por la renuncia del fiscal Anticorrupción, acorralado por su participación en una empresa familiar que aparece retratada en los papeles de Panamá pero de cuyas obligaciones fiscales, Manuel Moix estaba completamente al corriente y en mi opinión no se produce en su comportamiento irregularidad alguna que precipite su salida. La decapitación del fiscal Moix es un nuevo estipendio pagado al circo político y su compañero de acampada el circo mediático. 

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