Opinión

Los dos escenarios

Mientras las encuestas que tratan de averiguar el futuro de Cataluña coinciden en trazar un panorama ingobernable en el que los partidos que secundan la separación  y los partidarios del orden constitucional se muestran igualados, otra encuesta esta vez elaborada por el órgano regional que se ocupa del estudio de la demoscopia expresa que en el País Vasco los partidarios de la independencia han descendido de tal manera que apenas  superan un treinta por ciento de la población. El resto, próximo al setenta, no quiere saber nada de ruptura y sus habitantes han comprendido que la prosperidad y la esperanza están depositadas en un buen gobierno, un objetivo común y en unas cuotas amplias de autonomía bien nutrida y bien administrada. Pero nada de rupturas ni soledades. De hecho, la convicción de que el camino es mejor si se recorre perteneciendo de pleno derecho a un país viejo, experimentado y democrático como España, ha calado aún más hondo en la sociedad vasca desde que los catalanes apostaron todo lo que tenían a la independencia. A juzgar por el escenario en el que se mueven las dos comunidades en estas alturas del nuevo milenio, la distancia operada entre ambas regiones parece otorgar la razón abiertamente a los vascos.
Euskadi proviene de la caverna y ha soportado sobre sus espaldas el asfixiante peso de los años del plomo. El terrorismo etarra convirtió los tiempos del franquismo y las décadas posteriores en un infierno en el que los cálculos más fidedignos confirman la existencia de casi novecientas víctimas todas ellas producto de la barbarie etarra. El tributo pagado por los vascos -que convirtió una tierra hermosa en un cementerio- fue de tal naturaleza que cuando aquella pesada losa fue demoliéndose, la vuelta a la normalidad ofreció connotaciones de milagro. Vino después una apuesta decidida de los gobiernos sucesivos por la recuperación social y económica de una población manchada de sangre y tinta de pecado. Hoy, con una renta per cápita superior a la media, unos servicios de alta gama y los beneficios de una paz duradera, Euskadi no quiere ni oír hablar de independencia. El nacionalismo es testimonial e incluso  los curas ya no pintan  allí lo que pintaban. La fluida obtención de recursos fruto de un estatus privilegiado han convertido el horror de antaño en un paraíso.
Queda por cerrar el círculo con un homenaje abierto y multitudinario a las víctimas de aquellos terribles años. Y ya va siendo hora.

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