Opinión

Lo que no puede cambiar

Estamos ante situaciones con final inexorable de cuya resolución no puede dudarse, aunque se haga de rogar. Esto le ocurre al descenso del Málaga a la Segunda División, un hecho insoslayable al que por desgracia debemos habituarnos aquellos que le guardamos simpatía. Hemos de habituarnos también a la victoria del Barcelona, especialmente los que no simpatizamos con él en absoluto, porque solo un cataclismo bíblico superando el límite de lo sobrenatural podría evitarlo. Hay que acostumbrarse, aunque no sea fácil. En este capítulo de hechos que han de producirse y quitando el Juicio Final que estoy seguro tardará algún tiempo en personarse en la causa, nos queda diagnosticar la dimisión voluntaria, solicitada o producida merced a una habilidosa mezcla de ambas modalidades, de Cristina Cifuentes, presidenta de la comunidad de Madrid cuya aventura política ha sucumbido a la maldición de la “titulitis”, -peor dónde va a parar que la de Tutankamón- entre cuyas garras una mujer de notable futuro político ha sido literalmente triturada.
Cifuentes había logrado rebasar con bien el durísimo obstáculo de Ignacio González, los ataques a su vida privada y el enojoso asunto del Canal de Isabel II cuyo vendaval le agitó los pelos del cogote. Pero consiguió salir de aquella y se ha estrellado contra la presunción de un “máster” de pacotilla capaz de socavar su prestigio, dilapidar su capital político y labrar su destino casi inmediato. Un destino gris marengo que se convertirá en mortal realidad cuando Mariano Rajoy decida para sí mismo que es hora de soltar su mano no cuando se lo pida Rivera, sino cuando él mismo determine que ya puede dejarla caer sin menoscabo para su propia dimensión y condición. Si lo hiciera ahora podría pensarse que Rivera manda en sus decisiones y eso no puede tolerarlo Mariano. Lo hará más tarde, cuando el caldo se haya enfriado.
Queda por saber si Cifuentes ha sucumbido por decisión de los enemigos en el otro lado de las bancadas o por la mortal efectividad del llamado fuego amigo que cabe sospechar ha sido la munición que la ha volteado del caballo. La presidenta de Madrid ha sido una señora de mucho fuste que llegó a su cargo doblegando voluntades, descabezando históricos del partido y tratando de meter la administración capitalina en cintura. Había hecho mucho camino al andar y entra dentro de lo posible que esas cosas no se perdonen. Muchas veces he hecho referencia a aquel famoso “cuerpo a tierra que vienen los nuestros” que dijo Pío. Pues yo creo que aquí también ha ocurrido eso. 
 

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