Opinión

Lección de ética

De entre los muchos motivos de fricción y polémica que la sociedad española ha decidido orillar esta la Universidad, y especialmente la pública, que con el máster tramposo de Cifuentes ha vuelto al primer plano de actualidad y no precisamente por su carácter virtuoso. El ámbito universitario es en general para la inmensa mayoría de personas que no pertenece a su égida, un saco sin fondo oscuro y sospechoso que tiene vida propia y, sobre todo, que se rige por un conjunto de reglas establecidas unilateralmente que permite actuar sin el menor sistema regulador. El escenario claustral es, por tanto, un universo proceloso y desconocido cuyo auténtico significado solo conocen los que en él habitan, los que desarrollan allí sus múltiples actividades y, en suma, los que lo manejan.
Mucho se ha comentado y discutido sobre las sospechosas actividades del mundo universitario, aquellas a las que el común tiene acceso cuando se producen situaciones que acaban por descubrir parte del pastel. Ocurren cosas como la que ha señalado como indeseada protagonista a la presidenta de la Comunidad de Madrid, con capacidad suficiente para abrir una rendija de esa puerta santa tras la que se esconden multitud de secretos. La posibilidad de que algunos aspirantes a titulaciones universitarias posteriores a la graduación las obtengan sin pisar un aula, suministran sospechas que a todos se nos han pasado por la cabeza alguna vez. Y, en este caso, han destapado la, al parecer extendida costumbre entre los personajes públicos, de inflar sus expedientes para aparentar mucho más de lo que son. Hay titulaciones y graduaciones falsas en muchos de esos currículos que se manejan en las redes para robustecer el historial de alguien que camina en la función pública, aspira o consolida su carrera de político y hasta el parlamentario socialista local que firmó la petición de censura contra la presidenta madrileña está contaminado de ese mal y ha permitido la presencia en su biografía de una licenciatura en Matemáticas que en realidad nunca ha poseído.
La opacidad del mágico mundo universitario nos acongoja y nos inquieta. Y debería inquietar más aún a aquellos que en él se ganan la vida porque es un escenario que inspira desde hace mucho tiempo la mayor de las sospechas y ha ido desmoronándose en su aspecto ético de una manera muy evidente. Por tanto, hay que rearmarlo de valores podando con paso firme la mala hierba. Sin embargo, eso no es cosa de nadie sino de las propias Universidades. Son los centros quienes deben de restaurar su fama y su moral perdida.  Y allá ellos si no lo intentan.

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