Opinión

Las leyes de la manada

Uno se asoma de buena mañana a los diferentes soportes informativos que conviven en la cotidianeidad del ser humano -español en este caso- y lo encuentra todo perdido hasta el punto de que uno se arrepiente inmediatamente de esa condición y se plantea seriamente dimitir. Además de la proverbial inquina que  las cosas españolas desatan en los belgas, hay otros escalones de palpitante actualidad que convierten en anecdótico ese comportamiento  de siglos, mediante el cual al belga se le aparecen de inmediato los tercios de Flandes, el duque de Alba y hasta el capitán Alatriste cuando se despachan asunto de nuestro país y mira que ha pasado el tiempo. Un suponer, digamos que remitir a la magistrado que  instruye esta causa de los fugados secesionistas un cuestionario exhaustivo  sobre el sistema penitenciario español y la calidad de nuestros centros correccionales. A mí este comportamiento me resulta incomprensible, aunque yo para estas cosas me he vuelto muy susceptible y hubiera contestado que ya quisieran las cárceles belgas ser la mitad de confortables que las nuestras. Por fortuna yo no soy la jueza Lamela. Ella es más pragmática y más tranquila. Como debe ser y como debe uno comportarse para no liar un conflicto internacional de incalculables proporciones que los legos en la materia  hubiéramos planteado sin reflexionar desde el primer momento.
Pero  puesto a indignarme, estoy yo más indignado, dolorido e iracundo con esa imagen de los senderistas que despeñaron un jabalí por el mero hecho de hacer daño que con lo de la fiscalía belga. Una banda de bárbaros tirando al pobre animal acorralado y herido por un barranco, tan ufanos y contentos ellos. Puigdemont tiene su morbo e incluso su punto de humor como si fuera un personaje de comedia. Lo del jabalí es tan bestial, tan inicuo, tan gratuito, tan indecente que invita a darse la baja en la condición de criatura con razón e intelecto.
Somos bestiales como dicen las reglas de la manada y al juicio de Pamplona me remito. Una manada de cualquier especie animal no se comporta como se presupone que se ha comportado esta manada compuesta por tíos de pelo en pecho campando suelta por la Pamplona que celebra esa locura indescifrable y atávica  que es la fiesta de San Fermín. Por eso digo que cada mañana cuesta enfrentarse con este abanico cada vez más amplio y nutrido de soportes de comunicación que, lejos de alegrarnos el día, parecen dispuestos a ponerlo del revés antes incluso de que amanezca.

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